En la sociedad cubana de hoy escuchamos a muchos científicos de las ciencias naturales (me refiero aquí a profesionales de la investigación científica, porque pensamiento científico debemos tener todos cada vez más) hablando sobre temas económicos, opinando en debates públicos, con las autoridades o en la calle, o incluso defendiendo sus opiniones y propuestas en los medios de comunicación.
No es algo trivial. No recuerdo haber
leído de muchos naturalistas o químicos del siglo XIX, ni de muchos físicos nucleares
o relativistas del siglo XX, sus opiniones y propuestas sobre las coyunturas
económicas de su tiempo. Tampoco se escuchan de muchos biólogos moleculares de
otros países, con los que tanto discutimos de diversos temas.
¿No sería mejor que de estos asuntos
económicos se ocupasen los profesionales de la economía o los científicos de
las ciencias sociales (los que “saben del tema”), y dejar a los científicos de
las ciencias naturales concentrados en sus laboratorios, o cuanto más,
emitiendo una opinión diletante frente a una taza de café? He visto asomar ese
criterio con cierta frecuencia, detrás de una sonrisa condescendiente.
Pero no es eso lo que sucede, al menos
no en Cuba en estos momentos. Gran parte de la comunidad científica está
pensando y opinando sobre los temas económicos, tanto como sobre sus moléculas
y sus experimentos. Y es bueno que
suceda así, y es útil preguntarnos porqué sucede así.
La
primera razón
y la más importante, es que somos ciudadanos, cubanos, enamorados del proyecto
de convivencia humana propuesto por Martí y por Fidel, comprometidos con Cuba,
y con el socialismo. Y si nuestro desafío principal de hoy está en la economía,
seremos participantes de esa batalla económica, igual que si nos agreden,
seremos milicianos.
Pero además de esta razón moral esencial y
evidente, hay otras razones más “técnicas”, para que ese debate sobre temas
económicos en la comunidad científica cubana gane intensidad precisamente en
estos momentos.
Eso sucede:
Porque la economía mundial ha cambiado, y ahora es una economía directamente dependiente de la ciencia, la tecnología y la innovación. Ya no es la economía agraria de subsistencia, y no es tampoco la economía industrial de producciones en gran escala (azúcar por ejemplo) y estandarizadas. Ahora depende del lanzamiento sistemático de productos novedosos, que sustituyen a los productos precedentes; y de la asimilación a tiempo de nuevas tecnologías de producción.
Porque la economía se ha globalizado y eso implica que una parte creciente del valor de nuestra economía hay que realizarla en las exportaciones, y con productos de alta tecnología y alto valor agregado, así como participando en cadenas globales de valor. Ello incluye también negociaciones sobre “activos intangibles”, patentes, tecnologías, datos, etc. Y todo esto demandará cada vez más negociaciones de inserción internacional “distribuidas” entre muchos actores.
Porque la capacidad innovadora de las empresas depende cada vez más de sus vínculos con entidades del sector presupuestado, especialmente instituciones científicas, educacionales y también de la salud. Esos nexos son especialmente importantes para Cuba, porque tenemos un sector presupuestado grande (en el empleo y en el PIB) y queremos que siga siendo así.
Porque necesitamos una dinámica mayor de surgimiento de empresas nuevas, que son un motor esencial para la asimilación de tecnologías nuevas; y muchas de esas empresas podrán emerger precisamente de colectivos científicos o universitarios que hoy están en el sector presupuestado. Ya sucedió así en el sector de la biotecnología.
Porque la dinámica demográfica de nuestro país nos lleva hacia una fuerza de trabajo envejecida (digamos mejor “madura”) que solamente podrá ser económicamente productiva en una economía de alta tecnología.
Porque queremos defender el socialismo y su enorme potencial de justicia social, así como el espacio protagónico de la empresa estatal socialista (está en nuestra Constitución); y es precisamente en el campo de la alta tecnología donde el socialismo expresa mejor sus ventajas económicas. El socialismo debe ser una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, como predijo Marx.
Porque el contexto económico y social descrito en los párrafos precedentes contiene complejidades y “efectos de red” que se resisten a cualquier análisis simplista y a interpretaciones mecánicas de las relaciones causa-efecto. Por el contrario, demanda capacidad de evaluación objetiva de los procesos, definición operacional de sus componentes principales, captura y análisis de datos, estudio de las experiencias precedentes, formulación creativa y evaluación rigurosa de las hipótesis, y capacidad de comunicar ampliamente todo esto. La práctica de la investigación científica implica décadas de entrenamiento en esa manera de pensar.
Porque estamos apurados. Los procesos económicos, políticos, sociales y culturales en el mundo ocurren a velocidades objetivas que no están bajo nuestro control. Parte de esos procesos son positivos y entrañan oportunidades para el proyecto social de los cubanos. Otros procesos no lo son, y entrañan riesgos. Cuáles velocidades predominarán, es algo que no sabemos. Pero en momentos de incertidumbres y riesgos, la ética toma el mando de la conducta, y ella nos lleva, a los revolucionarios cubanos (de los que los científicos somos parte), a participar en grande en las batallas económicas.
La economía cubana está en un momento de
intensa creatividad. En ciertos aspectos recuerda la década intensa y
maravillosa de los años 60s. Por supuesto que este momento contiene aciertos y
contiene también errores, pero el mayor error de todos sería la falta de
creatividad para diseñar lo que hay que hacer, y la falta de audacia para
hacerlo. Hay mucho que hacer y hay que hacerlo rápido; y al mismo tiempo hay
que seguir construyendo el contexto jurídico y la institucionalidad para
hacerlo aún más rápido y mejor.
Hay que participar también con modestia,
pues con frecuencia el pensamiento de
los científicos se equivoca por falta de
información y datos sobre el tema concreto del que se opina, y puede fallar
también por la costumbre del “reduccionismo” (buscar siempre causas y
soluciones, pocas y simples, para problemas complejos) que es tan habitual en
las ciencias naturales. Serán necesarias las ideas provenientes de muchos
campos de la inteligencia humana, no solamente de las ciencias naturales. Pero
también de las ciencias naturales. Ningún enfoque será “el bueno”. Serán aproximaciones
contradictorias y complementarias, y nos llevarán a encontrar las entrañas
creadoras de las contradicciones de hoy.
Pero siempre hay que participar. “Modestia”
no significa inacción, y mucho menos indiferencia. Hay que seguir haciendo
buena ciencia con seriedad y consagración, en los temas específicos de cada
cual, pero también hay que entender las batallas del país, incluida la batalla
económica, alinear con ellas las capacidades científicas, llevar los resultados
hasta su impacto final en la sociedad, conectar la ciencia con las empresas,
fundar empresas nuevas cuando sea necesario, polemizar, y asumir riesgos cuando
haga falta.
“La
indiferencia es el peso muerto de la Historia”, escribió Antonio Gramsci en
1917. Los científicos cubanos no han sido nunca indiferentes. Mucho menos
ahora.
Agustín Lage Dávila
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