lunes, 25 de abril de 2022

EL 1º DE MAYO SIEMPRE HACE PENSAR.

 

Saldrá publicado este comentario a varios días de la celebración del Día Internacional de los Trabajadores, en este 1º de Mayo del 2022. Han pasado 136 años desde aquel sábado de 1886 en que 200 000 trabajadores en Chicago fueron a la huelga en reclamo de la jornada de 8 horas; y siempre cada celebración de este día hace pensar.

Ya no era esa huelga, como en la historia precedente, una batalla por la soberanía de un estado-nación. Esta era una batalla por la justicia social.

En Cuba, muchos años después estamos dando la misma batalla. Pero la damos desde una Revolución en el poder, y se lucha por no perder la justicia social conquistada, y por conquistar más.

El riesgo de perderla viene de las dificultades económicas, y viene también de las posibles soluciones equivocadas a esas mismas dificultades.

Los trabajadores, los de 1886 y los de ahora, siempre han sabido (hemos sabido) que las verdaderas soluciones a los problemas económicos y sociales, son soluciones colectivas. Todos los que desfilaremos por las plazas este 1º de Mayo sabemos eso. Lo podremos explicar mejor o peor, según las capacidades expresivas de cada cual, pero todos lo sabemos. El camino de las soluciones individualistas (al que preocupantemente muchos miran) es el camino de la no-solución, de la expansión y perpetuación de las desigualdades sociales.

Por eso, sean cuales sean las soluciones que creativamente diseñemos, no podemos renunciar al objetivo de tener una economía con capacidad para redistribuir permanentemente la riqueza, e impedir la expansión de desigualdades. Y eso se llama Socialismo.

Por eso también, sea cual sea el paisaje de diversidad de actores económicos que (correctamente o casi) construyamos, y en el que caben muchos y diversos, el combatiente principal de la batalla tiene que ser la Empresa Estatal Socialista (incluida la Pequeña y Mediana Empresa Estatal).

No podemos analizar este tema con la superficialidad reduccionista de la tecnocracia económica, porque el problema tiene profundas raíces culturales. Enfrentamos un desafío económico, pero también, y diría que principalmente, un desafío cultural.

El régimen fiscal de impuestos, el régimen de propiedad, la política salarial y el sistema de protección social que una sociedad construye reflejan la parte del fruto del trabajo que los hombres están dispuestos a compartir con otros hombres. Compartir más allá de su retribución individual, más allá de su familia, más allá incluso de su pequeño colectivo laboral. Y esa voluntad de repartición es una construcción cultural.

Hay factores culturales y de valores que determinan que funcionen o no las estrategias económicas. Ellos determinarán si, en el proceso de transformaciones de la economía para adecuarla a las nuevas realidades tecnológicas, saldrán vencedoras la descentralización eficiente y la iniciativa emprendedora, o vencerán el egoísmo y la corrupción.

Igualmente importante entre los determinantes culturales de las estrategias económicas es la capacidad de todos para comprender las consecuencias distales de cada decisión del  momento. Esa visión distal en cada uno de nosotros determina también las actitudes que tomamos ante los problemas y las opciones de hoy. Hay que saber posicionarse, ante cada opción, no solamente en función de sus consecuencias para el día de hoy, sino también de sus efectos para la sociedad en plazos más distantes, y de los riesgos de irreversibilidades, si nuestra cultura nos permite verlos. Quien no logre verlos, lamentablemente quedará como rehén de los vientos de ideas de cada momento. Conocemos de otras sociedades que han cometido ese error colectivo, y conocemos también lo que pasó después.

Al preguntarnos si los valores de la cultura cubana conducen o no a querer una sociedad equitativa y solidaria, nos respondemos, basados en nuestra historia, enfáticamente que SI, que es eso lo que quiere el pueblo cubano.

A esa sociedad equitativa y solidaria no podemos pretender llegar solamente con una buena política de impuestos, la cual es imprescindible, pero no suficiente. Los recursos derivados de los impuestos sobre las ganancias nunca han sido suficientes. Intentar sostener la justicia social solamente con los impuestos nos llevaría a una contradicción insalvable: para colectar más impuestos podríamos necesitar de un sector de la población que tenga mucha ganancia, mucha más que otros, lo cual es lo contrario de lo que se quiere. Mantener en manos de la propiedad socialista de todo el pueblo las palancas de la economía y los canales de la redistribución es la única garantía posible de la justicia social.

Este razonamiento vale para cualquier sector de la economía, pero especialmente vale para la economía de mayor contenido tecnológico, basada en la gestión del conocimiento, porque ese conocimiento surgió de la inversión social en educación y ciencia, que proviene a su vez de la riqueza colectiva de todos los cubanos.

Eso (y más) es lo que vamos a decir los científicos y tecnólogos al participar en las marchas del 1º de mayo, como parte de la clase trabajadora que somos.

Conciliar los objetivos de eficiencia económica con los de justicia distributiva es la tarea estratégica principal. Ello incluye la justicia distributiva entre los trabajadores del sector no estatal y el estatal; y también la justicia distributiva entre los trabajadores de diferentes empresas y sectores dentro de la propiedad estatal. La expansión de desigualdades más allá de determinado umbral (culturalmente determinado) no genera más motivación al trabajo, sino menos. Las desigualdades sociales, todas ellas, engendran distorsiones de la conducta y fragmentación de la conciencia social.

De que conduzcamos bien este delicado balance entre equidad y estimulación económica, depende la motivación alcanzable para la iniciativa emprendedora y para el trabajo. Iniciativa emprendedora que, en las nuevas realidades tecnológicas mundiales, tiene que ser una iniciativa distribuida en toda la economía, y en todas las formas de propiedad. La fórmula socialista “a cada cual según su trabajo”, infinitamente más justa que la del capitalismo, contiene sin embargo su cuota de injusticia, porque los hombres no están todos en igual posibilidad de ser productivos en cada momento concreto.

En Cuba la distribución a los ciudadanos de los beneficios de la educación y la salud (entre otros) no sigue una fórmula socialista. Va más allá de eso y sigue una fórmula comunista: “a cada cual según sus necesidades”. Y nuestra cultura, muy mayoritariamente, abraza ese ideal.

Los retos de la construcción del Socialismo siempre han estado en las relaciones entre la economía, la ciencia y la cultura.

Conocemos, sin ingenuidades, las enormes complejidades de la tarea, pero estamos convencidos de que lo podemos lograr, porque confiamos en los valores del ser humano. También sabemos, igualmente sin ingenuidades, que hay muchos que no confían en esos valores, o peor aún, que dejaron de confiar, doblándose ante el peso de las dificultades materiales o atraídos por las soluciones individuales, aquí o afuera. Allá ellos con sus amarguras intelectuales.

Nosotros los trabajadores, los de la producción y los de la ciencia, vamos a seguir luchando por los objetivos simultáneos e interdependientes de justicia social, soberanía nacional, socialismo y prosperidad. José de la Luz y Caballero definió la justicia como “el sol del mundo moral”. Y no vamos a pelear a la sombra.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

lunes, 18 de abril de 2022

CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO: EL OBJETIVO ES SUPERAR AMBOS.

 El artículo de la semana pasada, “Los Objetivos y los Procedimientos” atrajo muchos comentarios, que no es físicamente posible sintetizar ni polemizar en un par de páginas. La mayoría de los comentarios fueron muy buenos, y con ideas interesantes; pero también hubo algunos preocupantes, especialmente los que se acercan a un cuestionamiento, no de los procedimientos concretos (que siempre pueden contener errores), sino de los objetivos de soberanía, justicia social y prosperidad. Hubo hasta quien casi gritó: “privatizarlo todo”.

 Esos hay que responderlos y la respuesta está en que los objetivos están vinculados entre sí y vinculados a su vez a la aspiración de Socialismo. No se alcanzarán unos sin los otros. Queremos superar el subdesarrollo, pero para ello hay que dejar atrás el capitalismo.

Hay hechos históricos del ayer que es imprescindible comprender para tomar posiciones lúcidas y firmes en las polémicas de hoy. La lógica de la acumulación capitalista es un formidable dispositivo de creación de desigualdades. La propiedad privada sobre los medios de producción le da al propietario del capital ventajas para la generación de ganancias, las cuales se emplean en adquirir nuevos bienes de capital, que a su vez amplifican las ventajas iniciales. Surge así un lazo de retroalimentación positiva que construye bifurcaciones, que separan a los que tienen y a los que no tienen, las cuales en algún momento se hacen irreversibles. Marx lo estudió al interior de los países industrializados y lo describió como la ley de la concentración del capital. Fidel y Che Guevara lo estudiaron en las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados.

Las guerras coloniales llevaron el proceso de ampliación de desigualdades a escala internacional. Las economías de los países colonizados fueron puestas en función de la acumulación capitalista en las metrópolis. Los países colonizados fueron víctimas del proceso internacional de concentración del capital, y convertidos en suministradores de materia prima para la industria europea, materia prima obtenida con mano de obra esclava primero y con obreros mal pagados después.

El más formidable motor de acumulación de capital en Europa fue la  esclavitud americana, impuesta y mantenida a partir de la dominación militar.

El rentismo privado exportador de los países periféricos pobres fue una condición necesaria para la dinámica de acumulación en los países centrales ricos.

Un pasaje emblemático de la imposición del libre comercio a favor de los intereses de los países capitalistas desarrollados fue la Guerra del Opio en 1839, en la que Gran Bretaña, por la fuerza de las armas, impuso a China el libre comercio y la apertura de sus puertos, como reacción al intento del gobierno chino de prohibir el comercio del opio, que introducía la compañía británica de Indias Orientales. Unos años después entraron en el conflicto Francia, Estados Unidos y Rusia, forzando a China a tratados, conocidos por la Historia como los “Tratados Desiguales” que abrieron 11 puertos al exterior, y crearon para China enormes desequilibrios comerciales.

India y China aportaban todavía en 1800 el 53% de la producción manufacturera global, pero ya en 1900 habían descendido al 5%.

La gran bifurcación del mundo entre países ricos y países pobres se inició con la primera revolución industrial en el siglo XVIII y se reforzó con las guerras de conquista coloniales. Las políticas proteccionistas primero y la imposición del libre comercio una vez adquiridas las ventajas industriales (nunca antes), la hicieron irreversible.

Una vez que se monta el esquema de mono-producto a exportar (oro, plata, azúcar, caucho, café, algodón, etc) ya no se logra salir de esta “jaula del subdesarrollo”. Europa y Norteamérica, que inicialmente desarrollaron sus industrias nacionales con fuertes políticas proteccionistas, impusieron después el libre comercio a los países del sur cuyas manufacturas no podían competir con las industrias maduras del norte.

Eduardo Galeano comienza su libro imprescindible “Las venas abiertas de América Latina” con esta afirmación: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.

La economía colonial se estructuró en función de las necesidades del mercado europeo y la población indígena sometida se convirtió en un inmenso proletariado externo para la economía de las metrópolis. La función de beneficiario principal del sistema fue asumida paulatinamente por los Estados Unidos. En 1916, cuando Lenin escribió su libro sobre el Imperialismo, el capital norteamericano abarcaba menos del 20% de las inversiones extranjeras privadas directas en América Latina y el Caribe. En 1970 ese porcentaje era ya el 75%. Y no es esta una historia limitada a los siglos precedentes: Todavía hoy los políticos de Estados Unidos invocan la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) como el fundamento de su política exterior.

Las instituciones del capitalismo dependiente estuvieron orientadas a la extracción de valor, no a creación de valor económico. Las clases dominantes de la sociedad colonial latinoamericana y luego de las economías capitalistas subdesarrolladas, no se orientaron jamás al desarrollo económico interno, sino al lujo, el despilfarro y la dependencia.

Veamos como ejemplo de esa incapacidad de las clases dominantes del capitalismo dependiente, el caso de Cuba en 1920, cuando los precios del azúcar colocaron al país en un alto nivel de exportaciones, superior en ese momento al de Inglaterra, pero esos ingresos no se utilizaron en función del desarrollo industrial del país, sino que escaparon al extranjero y/o financiaron el consumo suntuario de las élites.

El mercado interno, limitado por la pobreza de las mayorías, no funcionó como atractor de desarrollo industrial, y eso no fue producto de ninguna ley de la economía, sino de una opción política.

La desnacionalización de las economías latinoamericanas se reforzó en la segunda mitad del siglo XX con las doctrinas económicas neoliberales impuestas por las dictaduras militares. El primer “experimento” lo hicieron los asesores económicos norteamericanos en Chile, bajo la dictadura de Pinochet. Luego siguieron otros. La misma  y escasa ayuda oficial al desarrollo que reciben los países de América Latina se utiliza mayoritariamente para financiar compras en los Estados Unidos, convirtiéndose así en un subsidio a los exportadores norteamericanos. La dependencia se reforzó con la desnacionalización del sistema bancario.

La experiencia histórica indica con claridad que la inserción en la economía global no siempre es fuente de desarrollo, sino que puede ser el camino de la profundización del subdesarrollo, especialmente si la inserción no conlleva capacidades de creación de conocimiento.  Ello depende del tipo de inserción en la economía mundial que se construya. Y los rasgos que definen el tipo de inserción en la economía mundial se dibujan día a día, incluyendo el día de hoy mismo, en cada decisión de inversión, en cada contrato comercial, en cada préstamo, en cada asociación económica internacional.

En la economía global del siglo XXI, las ventajas naturales (minerales, tierra, posición geográfica, atractivos turísticos, etc) existen y hay que usarlas, pero pierden progresivamente importancia ante las “ventajas construidas” (cohesión social, estabilidad política, seguridad ciudadana, educación, salud, capacidades científicas, cultura). La construcción de esas ventajas, es una función insustituible del Estado Socialista.

Razonemos entonces con profundidad sobre las raíces de nuestras dificultades actuales, y con mucha lucidez sobre lo que hay que hacer ahora; pero al mismo tiempo, defendamos con firmeza lo que tenemos y principalmente la opción soberana de superar al mismo tiempo el capitalismo y el subdesarrollo.

Así lo sentenció José Martí en 1890: La Razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería”.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología 

lunes, 11 de abril de 2022

LOS OBJETIVOS Y LOS PROCEDIMIENTOS: ¿SOBRE QUÉ DISCUTIMOS?

 Se discute mucho hoy en Cuba, especialmente sobre temas de la economía. Que si tal dificultad es coyuntural y transitoria, o refleja problemas estructurales del modelo económico; que si los cambios que hacemos son conservadores y lentos, o son temerarios y riesgosos; que si le estamos dando al sector no-estatal demasiadas prerrogativas o demasiado pocas; que si la inserción internacional de la economía es un riesgo o una oportunidad; que si debemos darle más atribuciones a la inversión extranjera, o más control; que si las empresas estatales deben ser más protegidas o menos; que si las desigualdades de ingreso son dinamizadoras y justas o son corrosivas de la unidad nacional; y un larguísimo etcétera de temas y disyuntivas.

Y necesitamos que existan esas polémicas, porque las estrategias para que un país pequeño supere el subdesarrollo estando bajo la presión de un bloqueo económico de décadas impuesto y mantenido por la mayor potencia industrial y militar del mundo, y las estrategias para que ese país se conecte, a partir de la justicia social, con una economía mundial que no está guiada por la justicia social, son algo que no está escrito en ningún libro, ni tiene recetarios validados.

 El camino tendremos que encontrarlo nosotros mismos, y para eso necesitamos las polémicas, PERO, y este es un “pero” muy importante, siempre que sean polémicas sobre los procedimientos y no sobre los objetivos. Sobre los objetivos necesitamos unidad, y sobre los procedimientos necesitamos diversidad. Ese es el desafío intelectual y moral del momento.

Para orientarnos ante ese desafío, hay que recurrir a la Historia. La Historia es la que nos dice cómo es que somos los cubanos, y eso es el punto de partida de cualquier construcción de una visión de porvenir.

Ya hemos transitado los cubanos por coyunturas similares, que nos obligan a saber distinguir entre objetivos y procedimientos.

A situaciones análogas se enfrentó José Martí. Así lo escribió en un artículo del periódico “Patria” en abril 1892 (hace exactamente 130 años) cuando la preparación de la guerra necesaria obligaba a tomar posiciones en las polémicas que inevitablemente generaba el análisis de las frustraciones de la guerra anterior: La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político..” Y añadía en el mismo artículo: El deseo de independencia sobró siempre en nosotros, y el corazón para conquistarla: falta sólo la confianza en los medios nuevos que se habrán de emplear, puesto que del empleo de los antiguos nacieron miedos y peligros graves…”

Martí también transitó en su tiempo por ese contraste entre la necesidad de unidad de pensamiento sobre los objetivos y la necesidad de medios nuevos para alcanzarlos. La Historia tiene constantes que son de larga duración. Quien no las entienda, deja su pensamiento a merced de los vientos de ideas variables que soplan cada momento.

También ahora necesitamos unidad de pensamiento en los objetivos conquistar. Los objetivos son los que se definen en el Artículo 1 de la Constitución que los enuncia así:

Cuba es un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad, el humanismo y la ética de sus ciudadanos para el disfrute de la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”.

 Al mismo tiempo también necesitamos medios nuevos para conquistar esos mismos objetivos, y aún falta la confianza en esos medios nuevos, y persiste el temor a los medios antiguos, que funcionaron en su momento, pero que ya no pertenecen al siglo XXI. Por eso decía Fidel, inaugurando el siglo que “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado”.

El núcleo caliente de las discusiones actuales está en las políticas económicas. Desde los primeros planes de desarrollo económico implementados por la Revolución han transcurrido más de 60 años y el mundo ahora no es el mismo. La globalización de la economía mundial es neoliberal y depredadora: no es la que queríamos y durante un tiempo tuvimos en la integración económica con los países socialistas de Europa. El incremento mundial de las escalas de la producción material y los flujos de transporte e información, limitan el poder atractor de la demanda doméstica, e imponen una producción cada vez más conectada con las exportaciones y las cadenas globales de valor. Los cambios tecnológicos recientes, y en especial la informatización de la producción y las tecnologías de la cuarta revolución industrial demandan procesos diversificados, cambiantes y distribuidos en la producción, que ya no se pueden manejar con un pequeño grupo de empresas grandes y estandarizadas. Los cambios tecnológicos cada vez más concentran el valor agregado en productos y servicios de alta tecnología, en detrimento del valor que capturan los productos primarios (como el azúcar) y la exportación directa de recursos naturales.

En ese nuevo contexto económico y tecnológico pierden funcionalidad (siempre con excepciones, pero escasas excepciones) la planificación material centralizada, la estandarización de los procesos de dirección, las mega-empresas, la capacidad de inversión basada en dos o tres productos líderes, la superposición de funciones estatales y empresariales,  y otros procedimientos de este corte que fueron las palancas principales de conducción del desarrollo en el siglo XX, en Cuba y en muchos otros países.

Sabemos que todo eso tiene que cambiar, pero al mismo tiempo la voluntad de soberanía nacional y de justicia distributiva, hay que mantenerlas y defenderlas; aunque por medios nuevos.

Y no hay nada “raro” en que los procedimientos de gestión de la economía tengan que cambiar. Las relaciones entre los hombres para la producción son dependientes del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Lo descubrió Marx hace más de 150 años.

Las polémicas sobre los medios a emplear en Cuba, bienvenidas sean, siempre que estén motivadas por encontrar la manera mejor de alcanzar los objetivos de soberanía, justicia social y prosperidad.

Lo que no vamos a permitir (y hay fuerzas, y mucho dinero intentándolo) es que traten, a través de esas polémicas necesarias, de llevarnos  al cuestionamiento de los objetivos mismos. Sería un acto de ingenuidad irresponsable.

Quienes polemizan, con razón o sin ella, sobre si las decisiones concretas de hoy son eficaces o no, son compañeros con los que podemos discrepar, a veces de manera aguda, pero son esencialmente compañeros que están del lado del proyecto histórico cubano.

Quienes lleven sus polémicas al cuestionamiento de los objetivos mismos de soberanía, justicia social y prosperidad, esos ya dejaron de estar en la trinchera de la Patria.

El Pueblo tendrá la sabiduría necesaria para identificar quién es quien.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

 

lunes, 4 de abril de 2022

¿ QUÉ SUCEDIÓ EL 4 DE ABRIL?

 

Coincide este comentario con la celebración del Aniversario 60 de la UNION DE JOVENES COMUNISTAS.

Los jóvenes de hoy no habían nacido aun pero asumen esa fecha como suya. Y lo es. Porque el ser humano es un ser histórico, que atesora el pensamiento y la experiencia de sus antecesores.

La Unión de Jóvenes Comunistas, que todos conocemos como UJC, nació el 4 de abril de 1962. Su antecedente directo fue la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) cuya creación había ocurrido muy tempranamente, desde agosto de 1959, y había sido anunciada por Che Guevara el 28 de enero de 1960. La AJR la presidía el Comandante más joven del Ejército Rebelde, Joel Iglesias, de 17 años de edad.

En abril de 1962 se celebró el Congreso de la AJR y en él se acordó que la organización se llamaría en lo adelante UNION DE JOVENES COMUNISTAS. Fidel Castro pronunció el discurso de clausura. Él mismo tenía en ese momento 35 años de edad.

Era la revolución de los jóvenes. Cuando nació la Unión de Jóvenes Comunistas, el Partido Comunista de Cuba todavía no existía. Se fundó 3 años después, en 1965. Su precedente, el primer Partido Comunista de Cuba, había fundado por Julio Antonio Mella en 1925, cuando tenía 22 años de edad.

En el discurso del 4 de abril de 1962 Fidel le dijo a los delegados ideas como estas:

“La Revolución que estamos haciendo nosotros no es la Revolución que nosotros queremos; la Revolución que nosotros queremos es la Revolución que van a hacer ustedes”.

“Necesitamos que la juventud cubana tenga una gran fe en sí misma y que la juventud cubana tenga una gran conciencia de su extraordinaria responsabilidad”

“Nuestra sociedad será una sociedad sin explotadores ni explotados, sin privilegiados ni discriminados”

“Viviremos en una sociedad sin egoísmos; viviremos en una sociedad sin odios; en una sociedad donde todos estarán trabajando para cada uno y donde cada uno estará trabajando para todos.  Ese mundo será mucho mejor.”

La juventud cubana de aquellos momentos, y las generaciones que vinieron después, tuvieron la fe en sí mismas y la conciencia de responsabilidad que reclamaba Fidel. Antes de ese 4 de abril la juventud ya había protagonizado la Campaña de Alfabetización y la Victoria de Playa Girón. Después de ese 4 de abril fue protagonista del desarrollo de la educación y la salud, la Columna Juvenil del Centenario, las zafras grandes que eran nuestra opción de recursos para el desarrollo, las misiones internacionalistas, el fortalecimiento de las capacidades de defensa, la electrificación del país, la universalización de la enseñanza universitaria, y una inmensa lista de tareas importantes, difíciles y masivas, hasta la más reciente que fue el control de la epidemia de COVID 19.

Pero, como dice el lema revolucionario africano, que hicieron suyo miles de jóvenes cubanos combatientes internacionalistas, “A luta continua”.

Y en este 4 de abril de hoy 2022, seguimos necesitando que la juventud cubana tenga una gran fe en sí misma y que la juventud cubana tenga una gran conciencia de su extraordinaria responsabilidad.

Sesenta años de bloqueo económico yanqui, con su inevitable secuela de penurias materiales; y también la saga de nuestros propios errores, porque las revoluciones son obras humanas y las obras humanas no son perfectas; han fatigado a unos cuantos. Son los que hoy se distancian de los proyectos colectivos, se refugian entre lamentos (aquí o afuera) en los proyectos individuales y no ven la diferencia, como explica una dura y hermosa frase de José Martí “entre las miserias imbéciles y las tristezas grandiosas; entre el desafío y el acobardamiento; entre la energía celeste y la decrepitud juvenil”.  Las sociedades humanas, la nuestra también, tienen siempre sus “partes blandas”. A esas es que apuestan los adversarios del proyecto histórico cubano de soberanía y justicia.

Martí no hubiese sido condescendiente con los “fatigados” de hoy. En una dura crítica a un poeta de su tiempo escribió, desde sus 19 años de edad: “En la arena de la vida luchan encarnizadamente el bien y el mal. Hay en el hombre cantidad suficiente de bien para vencer.  ¡Vergüenza y baldón para el vencido!”.

Hoy 4 de abril del 2022, la evocación de las tareas y actitudes asumidas por la UJC durante estos 60 años nos refuerza la convicción de que la juventud cubana no permitirá que sean los escépticos, los cansados y los vencidos los que dibujen el futuro de Cuba. Como en 1962, ese futuro lo dibujarán y lo construirán los jóvenes comunistas de hoy.

¡Celebremos el 4 de abril, y sigamos adelante!

Agustin Lage Davila

Centro de Inmunología Molecular

LOS COMPLEJOS DEBATES DE HOY VISTOS DESDE LAS CIENCIAS NATURALES

   La formación profesional de cada uno de nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y definimos prioridad...