El país está en manos
de los jóvenes. Siempre lo ha estado: Martí tenía 16 años de edad cuando
escribió “El Presidido Político en Cuba”
, Mella tenía 22 cuando fundó el Partido Comunista, Guiteras tenía 27 cuando
ordenó la nacionalización de la Empresa de Electricidad, Fidel tenía también 27
cuando asaltó el Cuartel Moncada, y el Che tenía 30 años cuando tomó Santa
Clara.
Para alcanzar los objetivos interdependientes de soberanía nacional y justicia social, en el mundo de hoy se necesita la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción y el papel protagónico de la empresa estatal en la economía.
Justicia social es educación, salud, acceso a la cultura, protección al trabajo y seguridad social, objetivos que se concretan en un sistema de instituciones presupuestadas que se financian con los ingresos de la economía estatal. No hubiésemos logrado construirla con los impuestos de una economía subdesarrollada, privatizada y dependiente.
La igualdad social no es una consecuencia del desarrollo económico: es un pre-requisito para el desarrollo económico.
La trayectoria revolucionaria cubana ha construido un amplio consenso en nuestra sociedad sobre los objetivos que debemos alcanzar. Ese consenso es una innegable ventaja conquistada.
La creencia básica del capitalismo (incluso en los que honestamente creen todavía en el capitalismo) es la construcción de prosperidad material basada en la propiedad privada y la competencia. La nuestra se basa en la creatividad movida por los ideales de equidad y solidaridad entre las personas, incluidas las generaciones futuras.
Tenemos ante nosotros muchas opciones, y hay mucho que discutir en nuestra sociedad, pero no podríamos hacer nada si no tuviésemos soberanía nacional para defender una independencia, que depende mucho en este siglo XXI, de la educación, la ciencia y la cultura.
Sobre la soberanía de Cuba y sobre el ideal socialista tenemos que construir un consenso sólido como una roca de granito. Después podemos polemizar todo lo que se quiera sobre los modos concretos de lograrlos.
La tarea nuestra es fortalecer ese consenso. El plan de nuestros adversarios históricos es erosionarlo. “Plan contra Plan”, fue una expresión de José Martí.
En los años 80s cuando ya se apreciaban señales de desintegración en el campo socialista europeo, Fidel Castro desarrolló la doctrina de “La Guerra de Todo el Pueblo” que le puso un freno a la opción militar para destruir la Revolución. Luego en los años 90s impulsó lo que en aquel momento empezamos a llamar “La Batalla de Ideas”.
Los que vivimos ambas etapas vemos hoy muy claro que la Batalla de Ideas es la continuidad de la Guerra de Todo el Pueblo en un nuevo escenario.
En la primera vencimos: la historia de invasiones militares en Granada, Dominicana, Haití, Panamá y otras, no pudieron repetirla en Cuba. En la segunda, protagónica hoy y que repite esquemas de hegemonía cultural, tenemos que vencer también.
Es imprescindible comprender que para Cuba, Soberanía y Socialismo son la
misma cosa.
Centro de Inmunología
Molecular