lunes, 18 de julio de 2022

LOS COMPLEJOS DEBATES DE HOY VISTOS DESDE LAS CIENCIAS NATURALES

  La formación profesional de cada uno de nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y definimos prioridades para la acción.  Cuando hablamos quienes tenemos un entrenamiento en alguno de los campos de las ciencias naturales, expresamos casi siempre una visión reduccionista de la realidad.

 Y es entendible que así sea.  Quien mejor capturó esta idea fue Albert Einstein, cuando dijo que: “El gran propósito de toda la ciencia es cubrir el mayor número de hechos empíricos por deducción lógica a partir del menor número de hipótesis y axiomas”.

 

Ese es el enfoque reduccionista y significa que estamos entrenados en buscar lo esencial, las causas raíces (que siempre deben ser pocas), y evitar que los detalles o los fenómenos coyunturales nos nublen la vista y nos dificulten mirar lo esencial, y trabajar sobre lo esencial.

 

Aceptemos desde ya que este enfoque no funciona bien para todos los campos de la actividad humana. Funciona excelentemente para la física, la química, las ingenierías y la biología molecular. No funciona en otros campos que requieren interpretar la realidad con visiones integrales e intuitivas. No se nos ocurriría estudiar la poesía, la política, la ética o la historia, buscando un pequeño grupo de hipótesis y axiomas que lo expliquen casi todo.

 

El problema con la economía es que este campo del conocimiento está a mitad de camino entre los extremos del reduccionismo objetivo y la intuición educada.

 

Reconociendo esta limitación que dará pie a que muchos compañeros rechacen, con sus razones comprensibles, las ideas que vienen a continuación aduciendo “falta de integralidad”, puede todavía ser útil exponer como se ven los problemas actuales de la economía cubana desde el enfoque reduccionista de las ciencias naturales.

 

Decenas de problemas llenan en estos días horas de debate: los abastecimientos, la inflación, los precios, la convertibilidad de las monedas, la eficiencia de las empresas, la expansión del sector no estatal, los salarios, la producción de alimentos, las ganancias debidas o indebidas, el comercio mayorista, los impuestos, el tamaño del sector presupuestado,  y la lista pudiera ser muy larga.

 

Es imprescindible intentar encontrar “problemas esenciales” (las causas de las causas) de los que derivan todos los demás. Es lo que nos puede permitir concentrar las acciones.

 

En mi apreciación (confesamente reduccionista) hay dos temas básicos que subyacen a muchos otros problemas:

 

1.              De cara al exterior, el tema de los ingresos en divisa y la inserción de la economía cubana en la economía mundial.

 

2.              De cara al interior, el tema de la separación entre propiedad y gestión.

 

La centralidad de esos dos temas es una de las lecciones que aprendimos de la práctica durante el proceso fundacional de la industria biotecnológica cubana. Ahí es donde hay que concentrar el pensamiento y la energía, y evitar que la complejidad inherente a la economía actual (nacional y mundial) nos distraiga y disperse los esfuerzos.

 

La globalización de la economía implica (y este es un proceso relativamente reciente, acelerado en los últimos 50 años) que una parte creciente de los ingresos nacionales hay que obtenerla en el comercio exterior.

 

Ya no es la economía de principios del siglo XX en la que el valor del trabajo se expresaba en productos y servicios que eran consumidos principalmente en el interior de las naciones. Ahora el valor del trabajo de los cubanos depende cada vez más de la aceptación externa de nuestros productos y servicios, y del precio que reconozca el mercado mundial.

 

Ya no es la economía del siglo XX donde predominaban encadenamientos productivos y comerciales en el interior de las naciones. Ahora se construyen cada vez más cadenas transnacionales de productos y servicios, y esas conexiones ocurren en todo el ciclo de desarrollo de los productos, no solamente en la comercialización de productos terminados.

 

Esto no tiene marcha atrás. Es un proceso objetivo impulsado por las nuevas tecnologías que permiten escalas muy grandes de producción, y por el desarrollo del transporte y las comunicaciones a nivel global. A pesar de coyunturas y oscilaciones en la política mundial, no habrá una “des-globalización”.

 

Los ingresos en divisa, el “cuello de botella” principal de nuestra economía hoy, dependen de nuestra capacidad de insertarnos en el mundo. Y será así cada vez más.

 

Esa inserción la tienen que lograr las empresas cubanas, y si estamos buscando, como debemos, una inserción en la economía mundial con bienes y servicios de alta tecnología y alto valor agregado, esa inserción será una tarea principalmente de las empresas de propiedad estatal, grandes o pequeñas.

 

Nótese que se habla aquí de “propiedad estatal”, no de “administración estatal”. Ello implica una separación, conceptual y práctica, entre propiedad y gestión.

 

La socialización de la producción no la inventamos nosotros los defensores del socialismo, sino que comenzó dentro del sistema capitalista, desde que la economía comenzó, ya en el siglo XIX, a requerir mayores y más complejos medios de producción. A partir de determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas surgieron las sociedades anónimas “por acciones” en los que la propiedad de la empresa se comparte entre muchos “accionistas” que ponen en ella su dinero al comprar las acciones, pero que no participan de la administración cotidiana de la empresa, la cual se confía a un “administrador profesional”, un director ejecutivo. El director ejecutivo recibe un salario usualmente alto, pero es esencialmente un asalariado.

 

Este tipo de estructura empresarial se desarrolló en los Estados Unidos y otros países a partir de la construcción de ferrocarriles en la década de 1840, inversión que por su tamaño no podía ser asumida por ningún capital privado aisladamente. El esquema se repitió en la construcción de los sistemas de distribución de electricidad y en todas las industrias caracterizadas por alta demanda inicial de capital y altos costos fijos.

 

A partir del año 1900 las grandes empresas adoptaron mayoritariamente la forma de sociedades anónimas, lo que le confirió a la propiedad capitalista cierto carácter colectivo y consolidó la separación entre propiedad y gestión.  La propiedad es de los accionistas (que cuando son muchos, son representados por una “junta de accionistas”), mientras que la gestión, la administración cotidiana de la empresa,  es ejercida por un director ejecutivo contratado por la junta de accionistas.

 

El esquema se repitió a partir de la segunda mitad del siglo XX, para empresas emergentes de alta tecnología, basadas en la ciencia, pero que por esa misma razón tenían un riesgo grande de fracasar técnicamente, riesgo que usualmente no puede ser asumido en su totalidad por un solo accionista, sino por varios.

 

La empresa completamente estatal es la consecuencia natural de ambos procesos: la socialización de la producción, y la separación entre propiedad y gestión. La propiedad socialista de todo el pueblo es la continuidad objetiva de esa tendencia, ya sin las distorsiones derivadas de la propiedad privada. Es lo que Marx previó al intuir que las formas básicas de un sistema socioeconómico maduran dentro del sistema que le precede.

 

En las experiencias socialistas de otros países en el siglo XX, y también en la nuestra, cuando se trata de empresas muy grandes y determinantes para la economía nacional, es frecuente hacer equivalente la propiedad estatal socialista con la administración centralizada.

 

Pero ahora en el siglo XXI la informatización de la sociedad, y las tecnologías emergentes de la “cuarta revolución industrial” (software, electrónica, comunicaciones, automatización, robótica, inteligencia artificial, biotecnología, y otras), hacen posible la aparición de muchas nuevas empresas que aun siendo pequeñas, se basan en tecnologías de avanzada, y por ello son estratégicas para el desarrollo del país. Estas empresas basadas en la ciencia y en tecnologías emergentes no se pueden gestionar de manera centralizada. Y ahí se hace evidente el desafío de encontrar las formas concretas de separar propiedad y gestión.

 

No podemos confundir propiedad con gestión, ni propiedad social con gestión centralizada, ni mucho menos intentar dinamizar la gestión mediante la privatización de la propiedad. Ya en otros países se cometió ese error, y sabemos las consecuencias.

 

La iniciativa y la creatividad, que están en las raíces de la cultura cubana, tienen que expresarse también en el surgimiento de empresas de base tecnológica que sean, con independencia de su tamaño, propiedad socialista de todo el pueblo, y garantes de la equidad social.

 

Ello requerirá encontrar formas novedosas de gestión para este tipo de empresas, incluyendo formas novedosas de conexión entre éstas y las entidades docentes y científicas del sector presupuestado, y formas novedosas de inserción en la economía mundial. Por supuesto que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero habrá que hacerlo, porque de ello depende nuestro desarrollo.

 

Todo lo que hay que hacer lo hace mucho más difícil el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos. Ningún tema, y mucho menos estos temas de la economía, se puede analizar haciendo abstracción del impacto del bloqueo. Sería algo así como analizar la epidemiología del dengue sin hacer mención a los mosquitos. Hay quien lo hace, por absurdo que parezca, y lo es.

 

Enfrentar esos retos en el contexto del bloqueo requerirá de nosotros aún más persistencia y más creatividad. Es difícil, y no se podrá hacer en un día, ni en un año. Pero lo haremos.

 

Ya lo anunció, como tantas cosas, José Martí cuando dijo: “Los pueblos que perduran en la Historia son los pueblos imaginativos”

 

Nosotros perduraremos.

 

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

lunes, 11 de julio de 2022

LOS VALORES Y LAS TECNOLOGÍAS: PRIMERO SABER “A DÓNDE IR” Y DESPUÉS, “CÓMO IR”.

 Está en la sabiduría popular el consejo de que: “es mejor saber a dónde y no saber cómo, que saber cómo y no saber a dónde”.

Lo esencial del debate económico y social en Cuba no es técnico, es de valores.

A dónde QUEREMOS IR?

No basta con hacer el inventario de los problemas de la economía que tenemos que resolver. Esos se discuten todos los días, en la calle, en los medios, en las redes sociales, y en cualquier espacio: los precios, los salarios, el abastecimiento, el cambio real de la moneda, los actores económicos, el balance entre sector estatal y no-estatal, la economía informal, la factibilidad de la planificación, el margen de autonomía de las empresas, la dinámica de respuesta de los organismos estatales, el balance entre control y crecimiento, los cambios que se deben hacer, los modelos económicos a estudiar, y un largo etcétera. 

 Son temas vitales, pero por muy importantes que sean (y lo son), no podemos nunca olvidar que a todos ellos los atraviesa un tema mayor, que es el del consenso en el sistema de valores con el que tenemos que analizar y resolver los problemas de hoy. 

 De manera irónica lo decía así Yanis Varoufakis, exministro de finanzas de Grecia: “…la economía no es una ciencia. En el mejor de los casos es una especie de ideología con ecuaciones”. Ciertamente no es tan así como lo dijo Varoufakis, y la economía contiene conocimiento científico, en el sentido de regularidades y reglas que se extraen de los datos empíricos del mundo real, pero también es cierto que la manera en que se interpretan esas regularidades y la manera en que se utilizan para tomar decisiones tienen raíces en los valores éticos que guían la sociedad humana en la que ocurren los debates económicos. No ocurren en un vacío político, como pudiera ser el caso cuando los físicos debaten sobre la ley de la gravedad o las partículas elementales.

 Por eso nuestra primera y gran tarea es reforzar el consenso social sobre “a dónde queremos ir” con los cambios necesarios en la economía.

 

·        Queremos una economía que, sin aislarnos del mundo (“injértese en nuestras repúblicas el mundo” ... dijo Martí) refuerce la soberanía nacional, porque sin ella no podremos hacer nada eficaz para defender nuestros valores.

 

·        Queremos una economía que sustente y desarrolle la justicia social, porque sin ella ni siquiera la existencia de la nación tendría sentido.

 ·        Queremos una economía solidaria, sin excluidos ni desamparados.

 ·        Queremos una economía que valorice la espiritualidad de la cultura cubana, y la universalidad de la educación, porque sin ello caeríamos en el “agujero negro” del consumismo y la banalidad.

 ·        Queremos una economía de alta tecnología, porque es la manera en que el conocimiento conecta con la producción y los servicios y le aporta valor agregado a lo que exportamos, y porque transitamos a una estructura demográfica que exige productividad con trabajadores de mayor edad, y también de mayor educación.

 ·        Queremos una economía cuyas palancas fundamentales estén en manos del Estado, como representante del poder del Pueblo, pues sin una economía dirigida conscientemente y estratégicamente en beneficio de todos, la democracia sería algo vacío de contenido.

 No malgastemos esfuerzos y palabras buscando sinónimos: todo eso se llama Socialismo. Y el pueblo lo sabe.


Recuerdo un incidente en un debate sobre la economía cotidiana en un parque de Santiago de Cuba, donde las críticas a errores, insuficiencias y lentitudes (reales) fueron derivando por uno de los participantes en críticas a la Revolución misma, lo cual hizo saltar a los otros y decir en tono muy santiaguero algo así como: “que va compay… que basura está diciendo?… a la Revolución no se le toca”. El pueblo sabe dónde está el límite entre la crítica justa y necesaria, y la erosión de los valores. 

¿Cómo IR?

Dicho todo esto, y a partir del consenso sobre a dónde queremos ir con la economía, hay que hablar también sobre cómo llegamos ahí, y entonces caemos en los temas técnicos, en los aspectos concretos de los cambios que hay que hacer, pues no hacer los cambios necesarios, a la dinámica necesaria, puede poner en riesgo, por otro camino, los mismos valores que defendemos.

 Desde el inicio de las transformaciones económicas revolucionarias en los años 60, han transcurrido otros 60 años; y en ese intervalo el mundo cambió.

 Las relaciones de producción son dependientes del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. Carlos Marx descubrió esa ley hace más de 100 años.

 En los años 60s estábamos todavía en la llamada “segunda revolución industrial” (producción en masa, cadenas de montaje, estandarización de productos, energías fósiles, electrificación). Todavía no se había construido la primera computadora personal, ni mucho menos las redes e Internet, cuya expansión condujo a la tercera revolución industrial. Y ahora entramos en la era de la Cuarta Revolución Industrial: inteligencia artificial, procesamiento masivo de datos, robótica, biotecnologías, nanotecnologías, manufactura aditiva, nuevos materiales, energía inteligente, sensores en las máquinas, “fábricas inteligentes”, etc.

 Cuando en el párrafo anterior usamos la primera persona del plural para decir “entramos”, ello significa que no basta con que las transformaciones de nuestras relaciones de producción tengan en cuenta el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas dentro de nuestro país: nuestro sistema de dirección de la economía tiene que estar influido por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en el mundo. Y ello es así, no por una aspiración banal de modernidad o vanidad científica, sino porque en paralelo con el cambio tecnológico de los últimos 60 años, se ha desplegado un alto grado de globalización de la economía, que hace imposible el desarrollo de un país sin un alto nivel de conexión de su economía con la economía mundial.

 Las empresas del siglo XXI nacen, se desarrollan y mueren a una dinámica superior a la del siglo XX. Las empresas del siglo XXI cambian permanentemente sus productos y servicios, a tono con el desarrollo tecnológico y la evolución de la demanda. En esas empresas la creatividad de los trabajadores (no solo la disciplina laboral y  tecnológica) es el principal determinante de la productividad. Allí los procesos productivos y de desarrollo de nuevos productos y servicios no ocurren solamente intramuros, sino que se completan frecuentemente por cadenas productivas y asociaciones con otros actores, dentro y fuera del país; asociaciones que involucran cada vez más actores del sector presupuestado, tales como universidades e instituciones científicas. La economía del siglo XXI conecta directamente la ciencia con la producción y borra las fronteras operacionales entre el sector empresarial y el sector presupuestado.

 Esa economía de alta tecnología, basada en la ciencia y la innovación, se acomoda mal a los esquemas de dirección vertical, estandarización de procedimientos y planificación material de corto plazo, que son un producto de la segunda revolución industrial de mediados del siglo XX.

 Esos procedimientos nunca fueron “un error”: funcionaron bien para aquel nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. El error sería pretender aplicarlos a la economía del siglo XXI.

 El desarrollo científico y técnico no genera automáticamente desarrollo económico, si no está acompañado de innovación gerencial. Esa creatividad en las formas de gestión tiene que ayudarnos a remover cuatro obstáculos hoy visibles en nuestro camino:

 1.   La insuficiente dinámica del proceso de creación de nuevas empresas de base tecnológica.

2.   La limitación de los dispositivos de protección financiera durante la etapa de maduración de nuevas empresas.

3.   La gestión de Pequeñas y Medianas Empresas Estatales y su operación en “Igualdad de Condiciones” con los actores no estatales.

4.   La capacidad de inserción internacional de las empresas, entendiendo que inserción internacional es mucho más que comercio exterior.

 Y todo esto hay que hacerlo desde la propiedad socialista de todo el pueblo, que según nuestra Constitución incluye (Articulo 24) los “bienes de carácter estratégico para el desarrollo económico y social del país”.

LA PROPIEDAD Y LA GESTIÓN.

Formas de propiedad y formas de gestión son dos cosas bien diferentes.

 Tenemos que innovar, y mucho, en las formas de gestión de nuestras empresas, para hacerlas cada vez más eficaces como protagonistas del desarrollo en el escenario económico y tecnológico del siglo XXI. Eso es lo que significa saber “cómo ir”. Pero al mismo tiempo tenemos que defender con firmeza la propiedad estatal socialista de todo el pueblo, para llegar a la economía próspera, sostenible, solidaria y de justicia social que queremos. Eso es lo que significa saber “a dónde ir”.

 Obviamente, no todos los sectores avanzan a igual ritmo hacia una economía basada directamente en la ciencia y la innovación, ni todos tienen el mismo punto de partida. Hay que contar con esa heterogeneidad.

 Pero por esa misma inevitable heterogeneidad es que los sectores y empresas más cercanos a las tecnologías de la cuarta revolución industrial (que los tenemos), aunque no sean aún los de mayor peso en nuestra economía, están llamados a convertirse no solamente en fuentes de innovación en sus tecnologías específicas (software, electrónica, comunicaciones, automatización, robótica, biotecnología, y otros) sino tambien en polígonos de ensayo para nuevas formas de gestión que puedan después ir derramándose hacia otros sectores.

 No hay recetas ni “manuales” (ni debe haberlos), pero hay mucho consenso en los valores de la sociedad que queremos construir, y mucha voluntad de hacerlo. Encontraremos los caminos.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

lunes, 4 de julio de 2022

SIN INGENUIDADES: NO ES SOLO SOBRE LA ECONOMÍA, ES SOBRE LA EXISTENCIA DE CUBA.

 La polémica sobre si las dificultades de la economía cubana son (1) un efecto directo de la agresión económica  de los Estados Unidos (facilitada ahora por la pérdida de los aliados que teníamos en Europa socialista), o si son consecuencia de (2) la inviabilidad del modelo económico socialista de propiedad estatal y  planificación central, o (3) de errores internos en la implementación del modelo económico; o (4) de una combinación de las tres causas precedentes (y en qué proporción?), es una polémica que dura ya más de 60 años.

Y no se trata de un debate local cubano: se relaciona con disyuntivas universales de la sociedad humana. Polémicas análogas (nunca exactamente iguales, por supuesto) ocurrieron en la antigua URSS donde condujeron a la desaparición, esencialmente catastrófica, de ese país en 1991, y también en China, donde condujeron primero a la “Gran Revolución Cultural” de 1966, también catastrófica, y luego a las reformas, esencialmente exitosas, del modelo económico iniciadas en 1978.

Pero el caso de Cuba, nuestra amada Patria, queramos o no,  es diferente y más complejo. Lo que está en juego no es solamente la funcionalidad de uno u otro modelo económico: es la existencia misma de la nación. Nadie en el mundo se cuestiona si debe existir China, sea con revolución cultural o con “economía socialista de mercado”, o si debe existir Rusia, sea con planificación central o con oligarquías delictivas; pero la existencia de Cuba siempre ha estado en peligro.

En abril de 1823, el entonces secretario de Estado norteamericano John Quincy Adams, luego presidente de los Estados Unidos, formuló su doctrina de la “fruta madura” en estos términos: "Hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física y así  como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así  Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar necesariamente hacia la Unión Norteamericana y hacia ella exclusivamente…".

La política exterior de los Estados Unidos hacia Cuba ha sido durante 200 años coherente con esa visión. La resistencia del pueblo cubano, que tiene una visión diferente de su propio futuro, también ha sido coherente, esos mismos 200 años. Es la imagen que Silvio nos dibujó en su bella canción de 1983 “Me acosa el carapálida…”

La predicción de eventos futuros, consecuencia de nuestras decisiones de hoy, es una de las capacidades fundamentales del pensamiento humano. Sin ella no tendríamos “pensamiento” sino solamente “reflejos”, reacciones automáticas ante riesgos o beneficios inmediatos.

¿Dejará “el carapálida” de acosarnos si hacemos unas u otras reformas en la economía?

No lo hará: vio una vez que no permitimos durante un tiempo el trabajo por cuenta propia y dijo “no hay libertad”; vio que limitamos las cooperativas al sector agropecuario cuando pensábamos que no estábamos maduros para cooperativas industriales y dijo “no hay libertad”, vio que durante un tiempo no abrimos espacio a empresas privadas y dijo “no hay libertad”, vio que no facilitamos inversión extranjera o no le dimos suficientes prerrogativas, y dijo “no hay libertad”.

 En todo lo anterior ya Cuba ha introducido cambios sustanciales, sin perder la esencia socialista de la economía. Y ¿qué podría venir después? Querrán consorcios grandes de empresas privadas, querrán contratación directa e influencia en las políticas salariales internas, querrán participación en la propiedad de nuestras principales empresas estatales, querrán propiedad latifundista de la tierra, querrán participación en el comercio exterior, querrán limitaciones al papel de los sindicatos, querrán reducciones en la participación de los trabajadores en la gestión empresarial, querrán políticas flexibles de despidos, querrán limitaciones en la seguridad social, querrán inversión extranjera en salud y educación, querrán medios masivos de comunicación privados, etc, etc, etc; y así sucesivamente, y si ponemos controles soberanos en todo eso dirán otra vez “no hay libertad”.

Es que su problema no es una u otra regulación de la economía: su problema es la existencia de Cuba, su problema es el pueblo en el poder, su problema es la distribución de la riqueza. Y eso no lo vamos a cambiar.

No se trata con estos argumentos de defender el inmovilismo, ni la suspicacia ante el más mínimo cambio, ni de justificar acomodamientos burocráticos y  lentitudes en el diseño e implementación de los cambios necesarios. Eso sería ir al desastre por otro camino, pero desastre al fin.

 Hay que cambiar porque la economía mundial ha cambiado. El primero que lo dijo fue Fidel: “Revolución es sentido del momento histórico, es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, dijo en mayo del año 2000.

La economía del siglo XXI requiere un nivel de inserción internacional (globalización) muy superior al de los años 60. La economía del siglo XXI demanda una mayor dinámica de creación y extinción de empresas. La economía del siglo XXI funciona por redes y encadenamientos empresariales, nacionales y transnacionales. La economía del siglo XXI demanda empresas que cambien permanentemente sus productos y servicios, muchas veces de manera “no planificable”, y asumiendo los riesgos que eso conlleva. La economía del siglo XXI contiene sectores en los que el conocimiento es el principal componente del costo y del precio de los productos y servicios, donde la creatividad de los trabajadores es el principal determinante de la productividad.  La economía del siglo XXI conecta directamente la ciencia con la producción y borra las fronteras operacionales entre el sector empresarial y el sector presupuestado. La economía del siglo XXI separa aún más (ya esto había empezado mucho antes) las formas de propiedad, de las formas de gestión, y demanda mucha innovación gerencial.

Todo esto hay que entenderlo a profundidad para saber que tenemos que hacer muchos cambios, y tenemos que hacerlos rápido; pero en la redacción de esta frase la primera persona del plural (“tenemos”) significa que tenemos que hacerlos nosotros, los cubanos que “hacemos Cuba”.

Y ese accionar no puede contener ingenuidades, pues también tenemos limitaciones geopolíticas. Beijing está a 11146 Km de Washington, la Habana está a 370 Km de Miami (30 veces menos); China tiene 1402 millones de habitantes, Cuba tiene 11 (127 veces menos).

Esas limitaciones nos obligan a no quitarle la vista a las consecuencias posibles de lo que hagamos hoy, no solo a las consecuencias inmediatas, sino también a las consecuencias en un horizonte mayor, y no solo en la economía, sino en la “economía política” que es lo que realmente existe.

Y esas realidades nos demandan estar dispuestos siempre a volver a la canción del “carapálida”, y a repetir cuantas veces sea necesario: “La tierra me quiere arrebatar, el agua me quiere arrebatar, el aire me quiere arrebatar, y solo fuego voy a dar”

 

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

LOS COMPLEJOS DEBATES DE HOY VISTOS DESDE LAS CIENCIAS NATURALES

   La formación profesional de cada uno de nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y definimos prioridad...