Hoy es sobre el CIM. Este
comentario partirá de reflexiones sobre el Centro de Inmunología Molecular
(CIM), pero solo como incentivo para abordar enseguida en el tema mayor de la calidad de las instituciones. Puede
ser útil también fuera de los límites del CIM.
Hace unos días celebramos el aniversario 27 de
la inauguración del Centro por el Comandante en Jefe Fidel Castro (5 de
diciembre, 1994). Durante los últimos meses hemos visto con alegría varios
reconocimientos al colectivo, y también trabajadores que participaron
directamente en la obtención de las vacunas contra la COVID 19 han recibido
altas distinciones nacionales, incluyendo el título de “Héroe del Trabajo”.
Ocasión para celebrar, y también para pensar.
Varios de los
condecorados no estaban en el colectivo cuando se inauguró el CIM en 1994. Eran
entonces jóvenes que apenas concluían sus estudios. La manera en que la
institución reforzó en ellos el sentido de compromiso con el país y con la
ciencia, es algo que merece análisis.
Somos fruto de la
historia de nuestro país y su revolución, la única, que va de 1868 hasta hoy.
José Martí escribió en 1892 que: “Nada es
un hombre en si, y lo que es, lo pone en él su pueblo.”
Recibimos influencias
universales y nacionales, pero también somos fruto del colectivo pequeño y
directo en el que cada cual realiza, junto con otros, su labor humana.
La cultura
individualista occidental (en su extremo, la cultura de “llanero solitario” de
los vecinos del norte) asume que la sociedad es una yuxtaposición de individuos
que defienden sus intereses individuales en transacciones de mercado. Esa es la
imagen que divulgan, pero esa no es la verdad: la sociedad humana es una suma
de instituciones, formales e informales, pequeñas y grandes, dentro de las
cuales cada uno construye y proyecta su visión del mundo, sus capacidades y su
ética.
La calidad de esas
instituciones aporta incentivos (o pone límites) al despliegue de las
potencialidades individuales. No basta tener buenas ideas, ni incluso bastaría
sumarles la voluntad de realizarlas: se necesita también construir la
institucionalidad que permite y facilita su realización y su continuidad en el
tiempo.
El “capital humano”,
que la experiencia revolucionaria cubana ha sembrado y cultivado, es expresión
de la calidad moral y profesional de las personas que realizan las
construcciones sociales, y es un imprescindible punto de partida, pero en sí
solo no es suficiente. Hace falta también cultivar la calidad de las
instituciones, que refleja los espacios y formas de las interacciones entre las
personas.
Y así como hay una
institucionalidad “macro”, expresada en las leyes, el ordenamiento económico,
el sistema judicial, el sistema educacional, las organizaciones políticas y
sociales, y los valores de un país (tema para otro comentario); también hay una
institucionalidad “micro” que se expresa en la calidad de la vida interior de
las empresas, organizaciones presupuestadas
y otras agrupaciones.
El CIM es una de
ellas, y más allá del edificio y la
estructura organizativa, están sus procesos internos y su cultura
organizacional. Buen momento éste hoy para reflexionar sobre sus rasgos.
Espero que ningún
lector piense que esos procesos internos y esa cultura organizacional son fruto
de las ideas y la labor individual de alguien. Allá con su error quien se lo
crea!. La calidad de una institución es una construcción colectiva, meticulosa
y extensa, en la cual está el aporte de todos, a través de millones de
interacciones que van dando forma a una manera de hacer, y generando
propiedades nuevas en la organización. Por eso todos (realmente todos) los que
trabajan o han trabajado en el CIM, pueden y deben sentirse orgullosos de lo
logrado, no solo en un resultado científico, productivo o económico concreto,
sino en el resultado mayor que es el propio CIM.
Y también por lo mismo
todos compartimos una cuota de responsabilidad por lo que salió mal, o lo que
no hemos podido aún alcanzar. Eso lo discutiremos en otro momento.
Hoy, el aniversario
nos mueve a meditar en cómo se ha logrado esa calidad institucional construida
entre todos y cuales son sus rasgos principales; no para satisfacer vanidades,
sino para reforzar y proyectar al futuro los valores y los procesos que nos han
traído hasta aquí, cuidarlos, e impedir que se diluyan en las inevitables
complejidades y coyunturas cotidianas.
Mirando en profundidad
a esos 27 años que celebramos hoy, podemos identificar al menos seis valores que han guiado el accionar
de los trabajadores del CIM y son los pilares de la calidad institucional:
1.
Somos, primero que todo, y queremos ser más, un baluarte de la revolución y el
socialismo. Trabajamos para hacer emerger la maravilla de la tecnología y
la creatividad científica. Eso es cierto, y es bueno, pero trabajamos también
para hacerlo desde Cuba, para defender el derecho de Cuba soberana a insertarse
en el mundo y en la economía tecnológica del futuro; y trabajamos también para
hacerlo desde el Socialismo, con laboratorios y fábricas que son, como dice una
canción de Silvio, “edificios sin dueño”,
o mejor, con 11 millones de dueños. Quien se olvide de eso no entenderá como
llegamos hasta aquí, y menos entenderá lo que tenemos que hacer de aquí en
adelante.
2.
Entendemos la consagración
al trabajo como un elemento esencial de nuestra ética. Lograr grandes metas
requiere dedicación al trabajo y al estudio. Consagración real, de muchas
horas, muchos días. No puede ser una meta, ni una imposición administrativa:
Debe ser una expresión de ética,
derivada de la capacidad de asumir deberes conscientemente, y del ejemplo de
los dirigentes en todos los niveles. No se impone, pero esa ética, cuando surge
de manera natural, significa y produce muchas cosas. Hay que hacer de nuestras tareas, no un medio
de vida, sino un sentido de la vida.
3.
Hay que hacer ciencia real, competitiva, con resultados de
originalidad mundial. No hay sustituto para eso. No existe aquí la
“media-ciencia”, ni la originalidad “en ciertas condiciones”. Necesitamos una
industria innovadora y competitiva a escala mundial, a la hay que llegar con
resultados de nivel mundial. Es difícil, pero se puede hacer.
4.
Debemos construir un ambiente de creatividad, que estimule
a cada uno a pensar sin imitaciones ni rutinas, y a expresar y proponer lo que
se piensa. Ello presupone estimular, especialmente en los jóvenes, la confianza
en sí mismos y la decisión de asumir metas grandes. La experiencia de estos
años nos enseñó que podemos hacer cosas más grandes que las que nosotros mismos
habíamos imaginado. Esta idea pudiera generar satisfacción, pero seria mejor
que nos estimulara a preguntarnos ¿Qué más podemos hacer hoy que ni siquiera
imaginamos? Hay que cultivar la “cultura de las metas grandes”, colosales, y
asumir las responsabilidades que deriven de eso.
5.
Hacer ciencia implica el compromiso de llevarla hasta el final, hasta sus aplicaciones e
impactos. Hacer buena ciencia es solamente la mitad del camino. La otra
mitad es conectar la ciencia con la producción, con la economía y con el
impacto final de los resultados en la salud de la gente. No somos solamente un
centro científico: somos una operación industrial y un proyecto de salud
basados en la ciencia. Eso es mucho más. Conectar la ciencia con la economía
significa también conectarla con la Empresa
Estatal Socialista. Ella es la expresión concreta de la propiedad social
sobre los medios de producción y de la distribución en función del trabajo. Es
la que garantiza la justicia social.
6.
Cultivamos un ambiente de debate transparente, en que participan los trabajadores y los
directivos a cualquier nivel de dirección. Si los revolucionarios tenemos la
razón, (y la tenemos) y la autoridad que da el ejemplo, todo se puede informar,
y todo se puede discutir. Ello no significa que cualquiera tenga la razón en todo
lo que dice, pero debe haber espacios amplios y frecuentes de debate
transparente.
Todos hemos sido, y
seguimos siendo, responsables de construir y reforzar una cultura
organizacional basada en esos valores. Todos somos responsables, pero los
jefes, mientras lo son, tienen responsabilidades mayores. Por eso uno de los
rasgos más cultivados de la cultura organizacional del CIM ha sido, y debe
seguir siendo, el tipo de dirigente que debe emerger de los trabajadores,
especialmente de los jóvenes. Deben ser compañeros convencidos de que:
1. Tener “mando” no basta: hay que tener
“liderazgo”. El mando lo designan los jefes superiores: el liderazgo lo otorgan
los trabajadores.
2. La consagración al trabajo es uno de los
valores esenciales de los dirigentes: el jefe es el primero que llega y el último
que se va.
3. Cualquier trabajador debe poder hablar con el
jefe “hoy mismo”. El jefe siempre está,
y trabaja con las puertas abiertas.
4. El jefe se informa directamente hablando con
todos en la base, pero emite orientaciones a través de sus mandos intermedios,
respetando la autoridad de sus subordinados en la cadena de dirección.
5. El jefe es un “constructor de procesos” , no es un distribuidor de decisiones.
Debe atender con meticulosidad de artista a la sostenibilidad de los procesos
que construye, más allá de su intervención personal.
6. El jefe “brilla” a través del brillo de sus subordinados,
no del suyo propio. Los trabajadores no trabajan para su jefe, sino que “el
jefe trabaja para ellos”, para que puedan ser más productivos y también para
que crezcan como personas y como profesionales.
7. Lo principal es estimular y cuidar la motivación
de la gente. Motivar es dar el ejemplo, pero es más que eso: es también, a
partir del ejemplo, hablar con la gente, trasmitir ideas, explicar las razones
de cada decisión, persuadir, convencer.
8. El dirigente tiene que buscar activamente
tiempo, en su apretada agenda, para conversar con los trabajadores que dirige,
en espacios formales e informales, que son para los subordinados espacios de
participación, y ese intercambio de ideas tiene que ser real.
9. Los privilegios de los jefes son como el cáncer:
mejor extirparlos cuando son pequeños.
10.
La condición de jefe es transitoria. Lo permanente es la condición
humana, la condición de revolucionario y el compromiso con la obra colectiva.
Hace 27 años podríamos
haber interpretado esa cultura organizacional como una aspiración. Hoy es algo
construido, y muchos en el CIM han aportado su ejemplo personal y sus ideas a esa
construcción. No hace falta mencionarlos: ellos lo saben. Más allá de los
monoclonales, las vacunas y las citoquinas, el principal producto del CIM es el
propio CIM. Eso es lo que estamos celebrando este 5 de diciembre.
Para cualquiera de nosotros, haber contribuido a esa construcción debe
ser motivo de satisfacción, pero con ella viene la responsabilidad de cuidar lo
construido, y hacerlo evolucionar con el contexto, porque el futuro contiene
(siempre contiene) amenazas e incertidumbres. Hay que continuar construyendo.
Pero hoy sabemos que “si, se puede”.
Agustín Lage Dávila
Centro de Inmunología
Molecular