lunes, 27 de junio de 2022

ALGO PARA RECORDAR

 

El texto que vamos a comentar aquí es muy conocido, y ha sido citado en muchos artículos, pero aun así es bueno recordarlo una vez más, porque más del 80% de la actual población cubana actual no había nacido cuando se escribió.

Es un memorándum secreto de abril de 1960, escrito por Lester Mallory, entonces Vicesecretario de Estado para Asuntos Interamericanos del gobierno de los Estados Unidos.

En ese memorándum se decía esto:

 “La mayoría de los cubanos apoyan a Castro… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales… hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba… una línea de acción que, siendo lo más habilidosa y discreta posible, logre los mayores avances en la privación a Cuba de dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Cínico ¿verdad? También inmoral. Pero es exactamente lo que el Gobierno de los Estados Unidos ha estado haciendo durante 62  años.

Y lo que sigue haciendo hoy, reforzado en el momento actual no solamente por medidas nuevas de bloqueo económico, sino por un poderío de medios masivos de comunicación (incluyendo internet y las redes sociales) a una escala desconocida en 1960, y que pretende convencer a los cubanos de que las penurias económicas que sufrimos a diario son consecuencia de errores administrativos internos o de la inviabilidad de una economía socialista.

Como si los cubanos fuésemos lo suficientemente estúpidos o ignorantes como para creernos eso (aun conociendo, como conocemos bien, las realidades de nuestras propias insuficiencias y lentitudes).

Ciertamente han aparecido en los últimos años más compatriotas sensibles al “desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales” cuya debilidad daría la razón a la propuesta de Mallory.

También la omnipresencia de los medios electrónicos y las redes globales de comunicación ha ido creando un segmento de la población con muchachos que saben más de los chismes de la farándula de moda, pero nada de historia, política, literatura o matemáticas, que pasan más tiempo atendiendo a las estupideces que hay en Internet, que estudiando, o leyendo casi sin comprender lo que leen; zombies del iPhone y el Android, las tablets, el facebook, Instagram, los chats o los juegos informáticos, en un claro aislamiento que se empieza a conocer como “autismo cibernético”, que promueve un egoísmo ciego y un distanciamiento de los proyectos colectivos de la sociedad.  Funcionan con reflejos, no con razonamiento.

Pero no son mayoría. La mayoría somos los que ponemos el hombro, el sudor y el pensamiento en derrotar el cinismo del memorándum de Mallory. No es imposible. Lo hemos estado haciendo esos mismos 62 años y lo vamos a seguir haciendo en lo adelante.

Hay en Cuba mucha ética, mucha cultura y mucha historia en que apoyarnos, y mucha fe en los valores del ser humano.

 Así lo advirtió José Martí: “La pobreza pasa: lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echar los hombres sobre sí”.

El talento y la creatividad de los cubanos están ahí para continuar la batalla. No van a fragmentar la sociedad cubana, ni hacernos renunciar al ideal de convivencia humana, justicia y cultura que nos une. Los revolucionarios de ayer, durante décadas, no lo permitieron. Los jóvenes de hoy tampoco lo van a permitir.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

lunes, 20 de junio de 2022

LA MORTALIDAD Y LA NATALIDAD DE LAS EMPRESAS

En un programa televisivo reciente se discutía sobre las “empresas estatales con pérdidas”, de las que tenemos unas cuantas y se reclamaban acciones concretas para enfrentar esta realidad.

Pues bien, la primera acción concreta es el análisis diferenciado de cada situación, pues ni todas las empresas son iguales, ni las causas que las ponen en pérdida son las mismas.

 Asumiendo el riesgo de la simplificación (peligrosa pero imprescindible para no paralizar el pensamiento), se pueden identificar al menos tres situaciones:

  • Hay empresas que caen en pérdida por razones coyunturales (logística, roturas, pérdida transitoria de mercados, u otras), y en las que se puede esperar una recuperación cuando pase la coyuntura adversa.

  • Hay otras empresas que caen en pérdida por incompetencia,  negligencia y mala administración, en cualquiera de sus variantes, y en las que se debe esperar una recuperación si se hacen los cambios necesarios en la dirección.

  • Pero hay otras empresas que están en pérdida durante cierto tiempo (es decir, no por una situación “coyuntural”) y en las que sin embargo no podemos identificar evidentes negligencias o errores de los directivos. En esas el modelo de negocios dejó de ser viable (si es que alguna vez lo fue), y habrá que cerrarlas. Con las debidas protecciones y consideraciones de casos especiales, pero en su mayoría, habría que cerrarlas.

Y hay que aceptar que ese tercer tipo de empresa, en perdida “estructural”, siempre va a existir.  No vamos a llevar “a cero” el porcentaje de empresas en pérdida, por mucho que  hagamos. No lo logra ningún país.

Podemos conocer algo de esto quienes hayamos estudiado los sectores de alta tecnología en el mundo (biotecnología por ejemplo) en los que más de la mitad de las empresas que se fundan nunca llega a la rentabilidad por sus ventas (le dicen a esto “el valle de la muerte” de las empresas) , y esa mortalidad empresarial hay que verla como normal, pues es inherente al riesgo que siempre tienen los negocios basados en productos novedosos. En esos sectores de alta tecnología y de riesgos técnicos, además de riesgos comerciales, la mortalidad empresarial es mayor, pero el fenómeno se da en cualquier sector.

Estudios publicados en los últimos años indican que la mortalidad empresarial en diferentes países (todos los sectores) anda alrededor de un 10%, unos más y otros menos, España un 10%, Francia un 12%, Reino Unido un 15%, Canadá un 8%, y así sucesivamente (OECD 2017, Entrepreneurship at glance, http://dex.doi.org/10.1787/entrepreneur_aag-2017-en).

El sistema empresarial se mantiene estable (diríamos en equilibrio dinámico) porque simultáneamente se incorpora un número de “nacimientos” (empresas nuevas) cada año, aproximadamente igual.

Así, el sistema empresarial “evoluciona” por una dinámica de selección adaptativa, similar a la evolución de las especies en la biología, o a la evolución del repertorio de anticuerpos en la inmunología. Surgen nuevas especies en un proceso con importantes componentes de azar, y después progresan (se seleccionan) aquellas que son viables en un contexto concreto y desaparecen las otras. El proceso es esencialmente “selectivo”, no instructivo (al menos en la biología, nadie sabe a priori los cambios que van a funcionar).

Por supuesto que la política económica, que es algo más complejo que la biología, puede modificar el contexto siguiendo estrategias escogidas, pero siempre existirá ese componente de diversidad y selección adaptativa.

En Cuba tenemos un poco más de 1700 empresas estatales, y entonces, si estuviésemos cerrando 170 empresas al año, no estaríamos presenciando ninguna tragedia, sino simplemente acercándonos al comportamiento medio mundial.

Y entonces tendríamos que cambiar la pregunta inicial de nuestro análisis: El problema no es ¿Por qué hay determinadas empresas que se hacen inviables? El problema sería más bien ¿Por qué no surgen nuevas empresas (estatales) a la dinámica suficiente para remplazarlas? Hay que ver también esta otra cara del problema.

Estamos hablando aquí de empresas “propiedad del Estado”, es decir, propiedad socialista de todo el pueblo. No estamos hablando necesariamente de empresas administradas por organismos del Estado; y este razonamiento nos lleva a otro tema igualmente complejo, que es el de la separación entre propiedad y gestión.

La trampa principal de las doctrinas neoliberales está en el intento de reducir (los más fundamentalistas dicen “eliminar”) el papel del Estado en la economía. Pero todas las experiencias conocidas de desarrollo económico partieron de una fuerte intervención estatal. Es una regularidad que se repite, en diferentes momentos históricos en Francia, Singapur, Japón, Corea, China, incluso en los Estados Unidos, principal defensor actual de la desregulación y la economía de mercado.

El Estado tiene diferentes mecanismos de intervención en la economía, al actuar como regulador, como fisco, como cliente de determinadas empresas, como proveedor de educación y otros servicios sociales, pero también frecuentemente como dueño. Estas funciones se combinan en proporciones diferentes según el país y el momento histórico,  pero la verdad de los hechos es que no hay desarrollo económico sin intervención estatal.

La diferencia entre un sistema social y otro está en a favor de quién interviene el Estado, si a favor de las clases dominantes o a favor de todo el pueblo, pero para el crecimiento de la economía, el Estado moderno interviene siempre

Las figuras empresariales que separan propiedad y gestión son una consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, y son anteriores al Socialismo. La socialización de la producción comenzó desde el siglo XIX a requerir mayores y más complejos medios de producción y eso demandó en los países industrializados una transformación de las instituciones en las que se expresa la propiedad privada. A partir de determinado tamaño, surgieron las sociedades anónimas “por acciones” en los que la propiedad de la empresa se comparte entre muchos “accionistas” que ponen en ella su dinero al comprar las acciones, pero que no participan de la administración cotidiana de la empresa, la cual se confía a un “administrador profesional”, un director ejecutivo (en el lenguaje actual un CEO , “Chief Excecutive Officer” ). El director ejecutivo  es esencialmente un asalariado.

Este tipo de estructura empresarial se desarrolló en los Estados Unidos y otros países a partir de la masiva construcción de ferrocarriles en la década de 1840, inversión que por su tamaño no podía ser asumida por ningún capital privado aisladamente. El esquema se repitió en la construcción de los sistemas de distribución de electricidad y  en todas las industrias caracterizadas por alta demanda inicial de capital y altos costos fijos.

A partir del año 1900 las grandes empresas adoptaron mayoritariamente la forma de sociedades anónimas, lo que le confirió a la propiedad capitalista cierto carácter colectivo (por supuesto dentro de la clase propietaria) y consolidó la separación entre propiedad y gestión.

La propiedad es de los accionistas (cuando estos son muchos, son representados por una “junta de accionistas”), mientras que la gestión, la administración cotidiana de la empresa,  es ejercida por un director ejecutivo contratado por la junta de accionistas.

La intervención del Estado, como dueño, comienza frecuentemente con la adquisición por éste de una fracción de las acciones. En general se considera que cuando un Estado adquiere más del 10% de las acciones de una empresa, adquiere “posición controladora”.

La empresa completamente estatal es la consecuencia natural de dos procesos: la socialización de la producción, y la separación entre propiedad y gestión. La propiedad socialista de todo el pueblo es una continuación lógica de estos procesos, ya sin las trabas derivadas de la propiedad privada. Es lo que Marx previó al intuir que las formas básicas de un sistema socioeconómico comienzan a gestarse dentro del sistema que le precede.

En Cuba nuestras empresas estatales pudieran considerarse como empresas con 11 millones de accionistas, y esos “accionistas” que son el Pueblo todo, son representados por el Estado, que es quien nombra o revoca a los directores ejecutivos. Nuestro Socialismo reside en la propiedad, que es de todo el Pueblo, y en la defensa de la justicia social distributiva, lo cual es consecuencia de un proceso político que nos distingue del capitalismo. En la empresa estatal todos recibimos ingresos según nuestro trabajo, pero las rentas derivadas de la propiedad de la empresa pertenecen a los 11 millones de cubanos, a través del Estado. Las formas concretas de gestión administrativa son otra cosa, y esas son un proceso esencialmente técnico. No podemos confundir propiedad con gestión, ni propiedad social con gestión centralizada, ni mucho menos intentar dinamizar la gestión mediante la privatización de la propiedad. Ya en otros países se cometió ese error, y sabemos las consecuencias.

La privatización de nuestros medios fundamentales de producción, si fuésemos suficientemente ingenuos para caer en esa trampa, nos empujaría hacia el subdesarrollo, no hacia el desarrollo.

Si bien el tamaño y la complejidad de las inversiones fueron los factores que llevaron a la separación entre propiedad y gestión en los siglos XIX y XX, ahora en el siglo XXI hay un segundo factor que impulsa en la misma dirección, y es que en los sectores de alta tecnología las decisiones empresariales dependen mucho de las características técnicas de productos y procesos muy diversos, que son dominadas por los trabajadores especializados, en organizaciones empresariales usualmente pequeñas.

Esos pequeños colectivos que se constituyen en Pequeñas y Medianas Empresas, pero de alta tecnología, pueden convertirse en pocos años en algo tan estratégico para el desarrollo de nuestra economía como pueden ser hoy las empresas estatales socialistas grandes.

Estratégico” no quiere decir “grande”. Y tampoco el pequeño tamaño puede hacerse equivalente a sector “no-estatal”. Los sectores estratégicos y las tecnologías habilitantes del futuro deben continuar siendo propiedad socialista de todo el Pueblo, expresada como propiedad estatal, aunque eso no equivale a administración cotidiana directa por organismos del Estado.

Si ocurriese (y debe naturalmente ocurrir) en un cierto %, una mortalidad de empresas estatales, y el remplazo por nuevas empresas proviniese del sector no-estatal, es fácil imaginar a qué situación llegaríamos dentro de algunos años.

Es por eso que necesitamos una dinámica superior a la que hoy tenemos en el surgimiento de MiPyMEs estatales y en sectores de tecnología alta, vinculados más directamente con la ciencia.

Las complejidades y los desafíos son muchos, y no hay manuales escritos sobre cómo enfrentarlos. Habrá que explorar como se impulsa y como se protege el proceso de surgimiento de nuevas empresas estatales, especialmente aquellas relacionadas con las nuevas tecnologías.

Todo esto hay que saberlo muy bien (por todo el Pueblo, no solamente por especialistas), para evitar que racionalidades aparentes en fenómenos locales y concretos, nos alejen de las grandes verdades que defendemos: el socialismo, la justicia social y la soberanía nacional.

José Martí escribió en 1884: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y que son sin embargo la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria”.

Continuemos abrazando esas verdades para partir de ellas hacia el camino de creatividad social que nos exige el siglo XXI cubano.

 

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

 


lunes, 13 de junio de 2022

¿POR QUÉ NO TENEMOS MÁS MIPYMEs ESTATALES?

 En el Informe Político presentado al XI Congreso del Partido Comunista de Rusia en 1922, Vladimir Ilich Lenin escribió:

 La parte menos importante de la cuestión es que hagamos inofensivos a los explotadores y los despojemos. Esto es preciso hacerlo…..La segunda parte del triunfo es saber realizar en la práctica todo lo que hay que hacer en la cuestión económica….Hemos obtenido del pueblo una prorroga y el crédito gracias a nuestra política justa, pero no están indicados los plazos en ella….O salimos vencedores de esta prueba de emulación con el capital privado, o será un fracaso completo”.

 Puede parecer una expresión muy dura, y quizás algunos de nosotros hubiésemos preferido escuchar la misma idea de manera más matizada, pero sucede que fue así como lo dijo él, el propio Lenin. Dijo que la política de justicia por si sola no era suficiente y que el proyecto socialista podía fracasar si no salíamos vencedores de la batalla económica; dijo que eso implicaba pasar una prueba de emulación con el capital privado; y dijo que había plazos fijos para lograrlo.

 En el momento que se escribe este comentario, y a partir de las nuevas regulaciones económicas, se han aprobado en Cuba 3765 pequeñas y medianas empresas, pero de esas, solamente 53 son MiPyMEs de propiedad estatal. El resto son privadas o cooperativas. Por primera vez en décadas tenemos en Cuba más empresas privadas que empresas estatales.

 No se trata de satanizar las MiPyMEs no estatales, ni de ponerle trabas a su surgimiento. Las necesitamos para el funcionamiento de la economía, y así lo reconoce la Constitución de la República del 2019, que define en su Artículo 22 la forma de propiedad privada, caracterizada como:…. “la que se ejerce sobre determinados medios de producción , por personas naturales  o jurídicas cubanas o extranjeras; con un papel complementario en la economía”.

 Como dice una vieja expresión popular campesina: “no hay que  dar el machetazo donde NO está el majá”.

 El problema no está en que surjan dinámicamente nuevas empresas en el sector privado. El problema está en que no surjan con igual dinámica en el sector estatal.

 Y el problema es incluso más importante ahora que cuando Lenin lo identificó en 1922 (¡hace 100 años!); porque la economía del siglo XXI es una economía de alta tecnología, mucho más vinculada a la ciencia, la tecnología y la innovación.

 Sin desestimar la importancia de las innovaciones en las empresas grandes y establecidas, es también cierto que las innovaciones tecnológicas entran muy frecuentemente en la economía a través de empresas nuevas, e inicialmente pequeñas. Empresas que deben aceptar una cuota importante de riesgo, pues los emprendimientos económicos basados en innovaciones, por definición, contienen una dosis de incertidumbre. Innovación quiere decir “algo nuevo”, lo que equivale a decir que es algo en lo que no hay experiencias ni muchos referentes.

 Pero hay que hacerlo, y ahí, en ese campo de la innovación y la alta tecnología, es precisamente donde la empresa estatal socialista, que “es el sujeto principal de la economía nacional”  (Constitución de la República, Articulo 27) puede expresar mejor las ventajas del socialismo.

 Las pequeñas empresas innovadoras, especialmente aquellas vinculadas a la llamada “Cuarta Revolución Industrial” son empresas “de carácter estratégico para el desarrollo económico y social del país”  y como dice textualmente también la Constitución, deben ser propiedad socialista de todo el pueblo. Ello es independiente de su tamaño: Una empresa pequeña, basada por ejemplo en la inteligencia artificial, los macrodatos, la robótica o las nanotecnologías, puede no tener un peso grande en el Producto Interno Bruto de hoy, pero ser estratégica para el PIB de mañana.

 Entonces deben ser  propiedad socialista de todo el pueblo”. El reto está en que no hemos encontrado todavía la forma de conciliar en la práctica esa propiedad concentrada en manos del pueblo, a través del Estado, con las formas diversas y dinámicas de gestión que demandan la alta tecnología y el imperativo de inserción internacional.

 Cómo se logra esto desde el socialismo es algo que no sabemos bien todavía. Habrá que explorar con inteligencia y audacia. Pero ya sabemos, por experiencias buenas y malas, que el socialismo es un acto de construcción consciente. No es un acto de subordinación a las espontaneidades del mercado, ni tampoco un acto de implementación de recetas y manuales.

 Son las MiPyMEs estatales las que pueden explorar creativamente nuevas formas de conexión de la ciencia con la economía y nuevas formas de separación entre propiedad y gestión.

 Son esas MiPyMEs estatales las que pueden asumir visiones de mediano y largo plazo, y desplegar innovaciones que han madurado dentro del sector presupuestado.

 Son esas MiPyMEs estatales las que deben conectar la economía con el potencial científico e innovador que tenemos en las universidades y las entidades de ciencia y técnica, y lograr en la práctica que nuestras instituciones académicas sean también incubadoras de nuevas empresas del socialismo.

 Son esas MiPyMEs estatales las que deben conectar la innovación cubana con el mundo, y cambiar el balance (hoy desfavorable) que tenemos entre las exportaciones de alta y de baja tecnología; y catalizar el despliegue de un sistema empresarial cubano en el exterior, es decir, una inserción en la economía mundial que ocurra a través de empresas cubanas, y no a través de emigraciones.

 Ya la experiencia de estos últimos años nos va diciendo que ese proceso de surgimiento de empresas pequeñas y estatales no será un proceso espontáneo. Hay que inducirlo, incluso presionarlo, desde los organismos del Estado. Pesan mucho todavía los hábitos de inercia. Pesa mucho todavía el contexto regulatorio que prioriza el control por sobre el crecimiento, y que castiga más la iniciativa que falla (y es natural que muchas fallen), que la falta de iniciativa. Ese contexto hay que cambiarlo, y esa decisión  forma parte del llamado de Fidel a “cambiar lo que debe ser cambiado”.

 La dinámica de surgimiento de nuevas empresas de propiedad estatal y de base tecnológica no es una meta en si misma, no es una cifra a cumplir, pero es un buen termómetro de la actitud de nuestros científicos, nuestros tecnólogos, nuestros empresarios y nuestros cuadros y funcionarios, a sumarse y militar, como una vez dijo Fidel hablando de si mismo, “en el bando de los impacientes,… en el bando de los apurados”.

 Como vimos en el primer párrafo, también Lenin pidió lo mismo en 1922.

 

 Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

lunes, 6 de junio de 2022

LAS LECCIONES DE LA COVID Y LA DINÁMICA DE LA ECONOMÍA

 La semana que recién concluyó marcó el reconocimiento en Cuba de que la epidemia de COVID 19 había entrado en un nuevo escenario de control, con bajo nivel de trasmisión del virus y diagnóstico aislado de casos. El país mantiene una tasa de vacunación de las mayores del mundo, y en base a vacunas de diseño y producción propios. Los casos diagnosticados disminuyen de manera sostenida y la letalidad se redujo a 0.15%. Han transcurrido semanas sin fallecidos. Se suspendió el uso obligatorio de las mascarillas. La COVID-19 comienza a parecerse a una infección respiratoria viral como todas las otras que siempre han existido  y con las que hay que convivir.

Las vacunas, y no solo estas, sino todos los otros componentes de la estrategia de control de la epidemia, funcionaron.

Sin dudas, el control de la COVID 19 es un éxito grande e innegable de la sociedad cubana.

Esta batalla victoriosa deja muchas experiencias, en muy diversos campos, que hay que analizar y proyectar hacia el futuro.

Las experiencias para la estructura y estrategias de nuestro sistema de salud están siendo discutidas en varios espacios, dentro y fuera del MINSAP. Ellas refuerzan el concepto de que la salud no es solamente una “ciencia biológica” sino que es principalmente una “ciencia social”, aunque con componentes biológicos. Refuerzan el concepto de que la protección de la salud es un área de “fallo de mercado”: los mecanismos del mercado no funcionan, y solamente el socialismo en Cuba podía haber logrado lo que se logró.

Sin embargo, estas aristas del análisis NO son el objetivo central de este comentario. Aquí nos concentraremos en otro de los componentes de la batalla que fue el rol protagónico de la ciencia, la tecnología y la innovación.

Todas las capacidades científicas y tecnológicas del país se movilizaron.

Los epidemiólogos estudiaron la epidemia en tiempo real, en Cuba y en comparación con otros países. Se identificaron los factores de riesgo para el contagio y para la severidad. Se analizaron sistemáticamente las bases de datos internacionales y se montaron las nuestras. Los matemáticos modelaron la epidemia y sus pronósticos en base a diversos algoritmos. Los médicos intensivistas diseñaron protocolos de actuación. Especialistas médicos en diferentes campos caracterizaron el cuadro clínico de la enfermedad y sus complicaciones.

BioCubaFarma propuso e implementó el reposicionamiento de varios de sus productos para el manejo de la inflamación. Los inmunólogos estudiaron las subpoblaciones celulares y las citocinas. Se trabajó intensamente en el desarrollo de nuevas vacunas se ensayaron con rigurosa metodología científica. Los ingenieros escalaron las producciones para alcanzar las cantidades requeridas de las vacunas y de otros productos. Se crearon varias nuevas aplicaciones informáticas.

Fue un esfuerzo enorme, sustentado en la ética de consagración al trabajo que se había ido consolidando en la ciencia cubana  desde hacía décadas. Pero además, y esto es muy importante, fue un esfuerzo coordinado, que permitió reducir tiempos y ganar en calidad. Se crearon varios comités multidisciplinarios que sesionaban varias veces a la semana. Se implementó un intercambio permanente con la autoridad regulatoria de medicamentos. Las intervenciones se evaluaron con metodología científica. El intercambio con las máximas autoridades del Partido y el Gobierno fue permanente.

Las autoridades de salud indicaban lo que debía ser investigado, en un valioso ejercicio de “ciencia guiada por la demanda de conocimientos” y enfocada a optimizar el proceso en su conjunto y no los componentes separados de éste, como a veces sucede por la especialización y sub-especialización. Todo ello se acompañó con una estrategia de publicaciones científicas en revistas especializadas de circulación internacional, lo que garantizaba no solo la visibilidad, sino la exposición a la crítica externa especializada en todo lo que se hacía.

Fue un gran ejercicio de conexión de la ciencia con la sociedad.

Y ahora debemos hacernos una pregunta sensible: ¿porqué no sucede algo similar en intensidad y coordinación en otros campos del saber y el impacto social? Pensemos por ejemplo en la producción de alimentos, las construcciones, la industria manufacturera, la distribución de energía, el manejo de residuales y otras áreas donde se escuchan frecuentes quejas de que los resultados de la investigación científica no se aplican con suficiente celeridad e impacto.

El desarrollo científico tiene dos componentes: El primero es la intensidad de la actividad científica (investigadores, instituciones, artículos publicados, financiamiento, etc); el segundo es la conectividad, es decir, cómo la ciencia conecta con la producción, con la economía, con la salud, la educación y otros componentes de la vida del país.

Si hablamos sobre la conexión de la ciencia y la innovación con la producción, tenemos ejemplos brillantes de los cuales nuestro pueblo puede sentirse orgulloso y el ejemplo más reciente está en las vacunas que controlaron la epidemia de COVID, pero no es solo ese último acto. La industria biotecnológica cubana despegó en los años 80s (un despegue científico e industrial conducido muy directamente por Fidel) y desde entonces ha estado produciendo resultados: nuevos fármacos y vacunas, nuevas empresas, capacidades productivas y exportaciones a más de 40 países.

No es lo único: también está el campo de la informática y las telecomunicaciones, donde es evidente para todos, el aumento de la conectividad y la diversidad de soluciones informáticas en muchos aspectos de la vida nacional.

Sin embargo, es igualmente evidente que esos logros derivados de la aplicación de la ciencia y la innovación en el sector empresarial no se replican en otros sectores y tenemos que preguntarnos por qué.

Más aún, si miramos a los indicadores “macro” veremos que las solicitudes de patentes nacionales (absoluta y relativa a las solicitudes de extranjeros) vienen disminuyendo desde el 2002 y que la fracción de bienes de “alta tecnología” en nuestras exportaciones sigue muy baja.

Tenemos en Cuba 246 Entidades de Ciencia y Técnica, 50 universidades, más de 89000 trabajadores en la actividad de Ciencia, Tecnología e Innovación, más de 52000 con nivel universitario y hemos graduado más de 18000 doctores en Ciencias. Y tenemos el deber de preguntarnos porqué esas capacidades no impactan más en la vida empresarial.

No es una pregunta fácil de responder. En los problemas económicos y sociales las relaciones de “causa-efecto” no son directas ni lineales como en la física, y la pregunta de ¿por qué sucede tal cosa...?, puede ser una invitación al simplismo.

Lo que podemos hacer es identificar fenómenos que influyen y entre ellos hay tres, que merecen especial atención:

1.        La estructura del financiamiento.

2.        Las conexiones de las empresas con el comercio exterior

3.        La “cultura de aversión al riesgo” en nuestros empresarios

Nuestra actividad de ciencia y tecnología se financia mayoritariamente por el presupuesto del Estado, y se ejecuta también mayoritariamente en entidades del sector presupuestado, lo cual es una distribución propia del subdesarrollo (en América Latina es así también). En los países que han alcanzado mayor desarrollo tecnológico la ciencia se financia en más de un 60% por las empresas, y los laboratorios de Investigación-Desarrollo de las empresas son protagonistas. En nuestro momento de despegue de la biotecnología la solución que se buscó para este problema (y funcionó) fue la creación de “Centros de Investigación-Producción” que asumen el escalado de los productos que desarrollan, y cierran el ciclo financiero con sus propias exportaciones. Tendremos que revisar en cuales otros sectores es aplicable un esquema similar. En el 2020 el Consejo de Ministros capturó la idea en el Decreto de Empresas de Alta Tecnología, pero esta opción, hasta el momento, ha sido empleada por pocas empresas.

Otro componente del problema es la conexión con las exportaciones. A mediados del siglo XX el volumen mundial de exportaciones, como % del Producto Interno Bruto era apenas un 10%. Luego comenzó a crecer aceleradamente y hoy se acerca a 40%. Esa es la globalización. Y es aún más importante para los países pequeños. Las empresas que no exportan, o que lo hacen indirectamente con varios intermediarios en el camino, terminan no teniendo idea de lo que el mercado demanda, y de las tendencias mundiales de las tecnologías, y se quedan sin incentivos para la innovación. Es la situación de muchas de nuestras empresas, cuya prioridad es más “cumplir el plan” y ahorrar, que crecer en sus operaciones económicas y en el valor añadido que crean. De nuevo tomo como referencia los inicios del desarrollo de la biotecnología en Cuba (excúsenme los lectores, no es “el ombligo del mundo”, pero es el área en que puedo pretender conocer “algo”). Allí la decisión de los años 90s fue darle atribuciones directas de exportación a la mayoría de las empresas emergentes. Y les puedo asegurar que a partir de esa decisión la visión de nuestro propio trabajo, y de las prioridades, cambió.

 Por último está el tema de la “cultura de no asumir riesgos”. No se puede discutir con cifras y porcentajes, pero está ahí, como un problema de nuestro sistema empresarial. Innovar es asumir riesgos y nadie puede obviar esa equivalencia. Emprender una innovación implica esfuerzos y gastos, y en los primeros momentos no se sabe si la innovación va a funcionar o no. De hecho, en el sector farmacéutico la proporción de proyectos que generan un producto que llega al mercado es menor de 10%. En otros sectores menos riesgosos la cifra es no es tan pequeña, pero siempre es baja. Quien solamente quiera tomar “decisiones seguras” no innovará nunca nada.

 En general nuestros empresarios tienen mucho rechazo al riesgo.  Eso hay que entenderlo. Como decía un viejo filósofo del siglo XVII, el problema no es reír, ni llorar, sino “comprender”. Nuestra economía ha vivido más de 60 años bajo acoso, y con grandes enemigos. Lo sabemos. Nuestro pueblo ha batallado, ha resistido y ha vencido en la resistencia. Pero de las batallas, aún de las batallas victoriosas, se sale con heridas. Una de ellas es que el acoso económico termina generando una cultura de “riesgo cero” en la vida empresarial, y un sistema regulatorio que castiga mucho más la iniciativa que falla, que la falta de iniciativa. Eso se conoce como “riesgo asimétrico”

Por ahí andan las causas del escaso aprovechamiento de muchos resultados de la ciencia cubana en nuestras empresas.

¿Qué podemos (y debemos) hacer para revertir esa situación?

Lo primero es tomar conciencia de que el problema existe y que es importante.

Tenemos éxitos innegables y todo el derecho del mundo a sentirnos orgullosos de esos resultados. No le vamos a permitir a nadie que intente, por el camino de las críticas necesarias a las insuficiencias, llevarnos al pesimismo y la desilusión. A los amargados, los vamos a dejar que se amarguen solos. Los revolucionarios asumiremos los problemas como motivaciones para resolverlos y seguir adelante.

Lo siguiente es saber muy bien quien y como tiene que resolverlos. Nuestros problemas, y lo que discutimos en este comentario es uno de ellos, hay que resolverlos desde la soberanía nacional y desde el socialismo. Y el protagonista principal de las soluciones tiene que ser la Empresa Estatal Socialista (incluyendo la PyME estatal y sus asociaciones), propiedad de todo el pueblo, y  nuestro sistema de instituciones científicas, de salud y educacionales, que también son propiedad de todo el pueblo.

Sobre esas bases, tendremos que construir mejor (y más rápido) un sistema de financiamiento de la ciencia, la tecnología y la innovación que integre más al sector empresarial, una estrategia de inserción internacional desde las empresas, distribuida y dinámica, y una política de formación de los empresarios del socialismo y de la tecnología avanzada.

También tendremos que multiplicar la dinámica de creación de nuevas empresas estatales, incluyendo más Empresas de Alta Tecnología, y más PyME estatales. Ellas son los instrumentos del poder del pueblo en la economía.

Hay que continuar fortaleciendo las conexiones entre la ciencia, la producción y los servicios. Conexiones que deben funcionar en ambas direcciones. Necesitamos más científicos participando en la toma de decisiones en el sector empresarial, pero también más empresarios y productores participando en la toma de decisiones sobre las estrategias de la ciencia.

No hay espacio en este breve comentario para discutir procedimientos en detalle (lo estamos haciendo en muchos y diversos escenarios), pero sí para reforzar la idea de que hay que construir esos procedimientos e innovar también en los propios procesos de integración entre la ciencia y  la economía. Y para insistir en que la velocidad a que hagamos las cosas es crítica.

El desarrollo económico implica producción industrial, y el socialismo requiere desarrollo económico, pero no tenemos tiempo histórico para reconstruir el camino de industrialización tradicional, en el que, además, siempre estaríamos entre los rezagados. Hay que acceder directamente a la economía basada en el conocimiento y a las tecnologías de la industrialización avanzada (la llamada “cuarta revolución industrial”), y en un país de nuestras dimensiones, eso significa también construir una economía insertada en la economía mundial, por canales múltiples y distribuidos.

La construcción de conocimiento (eso es lo que hacen los científicos) es esencial, pero también la conexión del conocimiento con los sistemas productivos, y los científicos tenemos que asumir esa tarea también. No solo como “asesores”, sino también como participantes e incluso como empresarios del socialismo. De nuestro sistema de ciencia, tecnología e innovación tendrán que emerger empresas nuevas. Nuestros científicos y nuestros empresarios tendrán que crearlas juntos.

José Martí ya nos había dicho esto desde el siglo XIX: La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería”

 Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología Molecular

LOS COMPLEJOS DEBATES DE HOY VISTOS DESDE LAS CIENCIAS NATURALES

   La formación profesional de cada uno de nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y definimos prioridad...