lunes, 18 de abril de 2022

CAPITALISMO Y SUBDESARROLLO: EL OBJETIVO ES SUPERAR AMBOS.

 El artículo de la semana pasada, “Los Objetivos y los Procedimientos” atrajo muchos comentarios, que no es físicamente posible sintetizar ni polemizar en un par de páginas. La mayoría de los comentarios fueron muy buenos, y con ideas interesantes; pero también hubo algunos preocupantes, especialmente los que se acercan a un cuestionamiento, no de los procedimientos concretos (que siempre pueden contener errores), sino de los objetivos de soberanía, justicia social y prosperidad. Hubo hasta quien casi gritó: “privatizarlo todo”.

 Esos hay que responderlos y la respuesta está en que los objetivos están vinculados entre sí y vinculados a su vez a la aspiración de Socialismo. No se alcanzarán unos sin los otros. Queremos superar el subdesarrollo, pero para ello hay que dejar atrás el capitalismo.

Hay hechos históricos del ayer que es imprescindible comprender para tomar posiciones lúcidas y firmes en las polémicas de hoy. La lógica de la acumulación capitalista es un formidable dispositivo de creación de desigualdades. La propiedad privada sobre los medios de producción le da al propietario del capital ventajas para la generación de ganancias, las cuales se emplean en adquirir nuevos bienes de capital, que a su vez amplifican las ventajas iniciales. Surge así un lazo de retroalimentación positiva que construye bifurcaciones, que separan a los que tienen y a los que no tienen, las cuales en algún momento se hacen irreversibles. Marx lo estudió al interior de los países industrializados y lo describió como la ley de la concentración del capital. Fidel y Che Guevara lo estudiaron en las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados.

Las guerras coloniales llevaron el proceso de ampliación de desigualdades a escala internacional. Las economías de los países colonizados fueron puestas en función de la acumulación capitalista en las metrópolis. Los países colonizados fueron víctimas del proceso internacional de concentración del capital, y convertidos en suministradores de materia prima para la industria europea, materia prima obtenida con mano de obra esclava primero y con obreros mal pagados después.

El más formidable motor de acumulación de capital en Europa fue la  esclavitud americana, impuesta y mantenida a partir de la dominación militar.

El rentismo privado exportador de los países periféricos pobres fue una condición necesaria para la dinámica de acumulación en los países centrales ricos.

Un pasaje emblemático de la imposición del libre comercio a favor de los intereses de los países capitalistas desarrollados fue la Guerra del Opio en 1839, en la que Gran Bretaña, por la fuerza de las armas, impuso a China el libre comercio y la apertura de sus puertos, como reacción al intento del gobierno chino de prohibir el comercio del opio, que introducía la compañía británica de Indias Orientales. Unos años después entraron en el conflicto Francia, Estados Unidos y Rusia, forzando a China a tratados, conocidos por la Historia como los “Tratados Desiguales” que abrieron 11 puertos al exterior, y crearon para China enormes desequilibrios comerciales.

India y China aportaban todavía en 1800 el 53% de la producción manufacturera global, pero ya en 1900 habían descendido al 5%.

La gran bifurcación del mundo entre países ricos y países pobres se inició con la primera revolución industrial en el siglo XVIII y se reforzó con las guerras de conquista coloniales. Las políticas proteccionistas primero y la imposición del libre comercio una vez adquiridas las ventajas industriales (nunca antes), la hicieron irreversible.

Una vez que se monta el esquema de mono-producto a exportar (oro, plata, azúcar, caucho, café, algodón, etc) ya no se logra salir de esta “jaula del subdesarrollo”. Europa y Norteamérica, que inicialmente desarrollaron sus industrias nacionales con fuertes políticas proteccionistas, impusieron después el libre comercio a los países del sur cuyas manufacturas no podían competir con las industrias maduras del norte.

Eduardo Galeano comienza su libro imprescindible “Las venas abiertas de América Latina” con esta afirmación: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.

La economía colonial se estructuró en función de las necesidades del mercado europeo y la población indígena sometida se convirtió en un inmenso proletariado externo para la economía de las metrópolis. La función de beneficiario principal del sistema fue asumida paulatinamente por los Estados Unidos. En 1916, cuando Lenin escribió su libro sobre el Imperialismo, el capital norteamericano abarcaba menos del 20% de las inversiones extranjeras privadas directas en América Latina y el Caribe. En 1970 ese porcentaje era ya el 75%. Y no es esta una historia limitada a los siglos precedentes: Todavía hoy los políticos de Estados Unidos invocan la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) como el fundamento de su política exterior.

Las instituciones del capitalismo dependiente estuvieron orientadas a la extracción de valor, no a creación de valor económico. Las clases dominantes de la sociedad colonial latinoamericana y luego de las economías capitalistas subdesarrolladas, no se orientaron jamás al desarrollo económico interno, sino al lujo, el despilfarro y la dependencia.

Veamos como ejemplo de esa incapacidad de las clases dominantes del capitalismo dependiente, el caso de Cuba en 1920, cuando los precios del azúcar colocaron al país en un alto nivel de exportaciones, superior en ese momento al de Inglaterra, pero esos ingresos no se utilizaron en función del desarrollo industrial del país, sino que escaparon al extranjero y/o financiaron el consumo suntuario de las élites.

El mercado interno, limitado por la pobreza de las mayorías, no funcionó como atractor de desarrollo industrial, y eso no fue producto de ninguna ley de la economía, sino de una opción política.

La desnacionalización de las economías latinoamericanas se reforzó en la segunda mitad del siglo XX con las doctrinas económicas neoliberales impuestas por las dictaduras militares. El primer “experimento” lo hicieron los asesores económicos norteamericanos en Chile, bajo la dictadura de Pinochet. Luego siguieron otros. La misma  y escasa ayuda oficial al desarrollo que reciben los países de América Latina se utiliza mayoritariamente para financiar compras en los Estados Unidos, convirtiéndose así en un subsidio a los exportadores norteamericanos. La dependencia se reforzó con la desnacionalización del sistema bancario.

La experiencia histórica indica con claridad que la inserción en la economía global no siempre es fuente de desarrollo, sino que puede ser el camino de la profundización del subdesarrollo, especialmente si la inserción no conlleva capacidades de creación de conocimiento.  Ello depende del tipo de inserción en la economía mundial que se construya. Y los rasgos que definen el tipo de inserción en la economía mundial se dibujan día a día, incluyendo el día de hoy mismo, en cada decisión de inversión, en cada contrato comercial, en cada préstamo, en cada asociación económica internacional.

En la economía global del siglo XXI, las ventajas naturales (minerales, tierra, posición geográfica, atractivos turísticos, etc) existen y hay que usarlas, pero pierden progresivamente importancia ante las “ventajas construidas” (cohesión social, estabilidad política, seguridad ciudadana, educación, salud, capacidades científicas, cultura). La construcción de esas ventajas, es una función insustituible del Estado Socialista.

Razonemos entonces con profundidad sobre las raíces de nuestras dificultades actuales, y con mucha lucidez sobre lo que hay que hacer ahora; pero al mismo tiempo, defendamos con firmeza lo que tenemos y principalmente la opción soberana de superar al mismo tiempo el capitalismo y el subdesarrollo.

Así lo sentenció José Martí en 1890: La Razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería”.

Agustín Lage Dávila

Centro de Inmunología 

6 comentarios:

  1. Estimado Doctor,
    concuerdo plenamente con usted. Sin embargo, para los revolucionarios hoy, hay una clave que distigue nuestra actual dicotomía de muchas otras anteriores: el momento histórico que ocupa a la revolución, y no solo a la cubana, sino a la revolución que ha de encabezar la izquierda mundial en medio del auge del fascismo, está marcado por el agotamiento de los métodos tradicionales de hacer política, de articular consenso, de movilizar a las masas, de entrelazar a las instituciones políticas con los pueblos y que estos vean representados en ellas, y defendidos plenamente sus intereses, someter a escrutinio constante su cumplimiento y participar, en fin, de manera activa, dentro de la política de sus países.
    Recuerdo a Lenin cuando planteaba “...la política no debe dejar de primar sobre la economía...”
    Mas, ¿cómo participan los pueblos del poder político, y cómo se sienten parte de él, si el enfoque predominante en la creación y articulación de la política y de las políticas, y de la toma de decisiones, parece ser cada vez más *solapadamente* elitista, algo que en Cuba nunca tuvo cabida desde los inicios de la Revolución.
    La línea de masas que reside en el carácter intrínseco de nuestra Revolución no debe perderse. Recuerdo que, en 1959, aún con una parte no despreciable del pueblo sumida en el analfabetismo y la ignorancia, sin instituciones políticas ni formas de organización maduras de nuevo tipo que garantizaran su participación amplia, la sabia dirección del Comandante Fidel Castro supo articular a su alrededor un a intercambio constante con el pueblo, explicando y consultando a cada paso los cambios que el naciente proceso político que se venía gestando, aquellos que serían definitorios de su vida práctica y en su futuro.
    La articulación de consenso entonces, era innegable, era inminente, era progresiva. ¿Lo es hoy? ¿Está alienada una parte de la población hoy en su participación real, más allá de lo conversacional, en la toma de decisiones en Cuba? ¿Qué nos está faltando?
    Aclaro que no me refiero a aquella parte que ha renegado de su patria para servir a intereses extranjeros que nada tiene que ver con la promoción del desarrollo, la libertad o la independencia de Cuba, movida por el interés privado y los fines de lucro. Sino a esa parte de la población común que estaría dispuesta a dar su vida todos los días por la Revolución y que, sin embargo, ni comprende, ni sabe cómo aprovechar, ni tiene fuerza de criterio sobre los cambios que se están gestando hoy en Cuba, ni sobre el funcionamiento de las instituciones y resortes políticos, ni dominio o control sobre la gestión burocrática de los recursos.
    La polémica, como usted mencionaba en su artículo sobre los métodos y los objetivos, es necesaria para la renovación en la praxis, pero la polémica a posteriori de la toma de decisiones existe en cualquier sociedad no necesariamente socialista. Lo que nos diferencia realmente es que esa polémica sea a priori, y que las decisiones que se tomen sean fruto de ella, resultado consensuado y consensuante, y no que sean la causa de ella: su catalizador.
    El enfoque científico del desarrollo, es necesario para que nuestra sociedad avance, para promover el progreso. Pero el enfoque de masas es la esencia de la Revolución y de nuestra justicia social. Sin ella, cualquier desarrollo corre el riesgo de convertirse en fuerza prestada al enemigo, aún bajo la bandera del nombre del socialismo. Siempre recuerdo que la bandera socialista de la hoz y el martillo estuvo hondeando de manera ininterrumpida en la URSS por 70 años, hasta que un día determinado del año 1991, ya dejó de hacerlo.
    Los métodos ponen en peligro los objetivos . Y no tenemos el tiempo del mundo para cambiarlos, ni para ser paternalistas y suaves en nuestras críticas. La dignidad de la Patria y su futuro están en juego.

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  2. Muy buenas, disculpe que sea extenso. Soy un ciudadano español autodidacta en los temas que aborda. Le sigo en Cubadebate, el sitio cubano contra el terrorismo mediático y la desinformación.
    La única oportunidad de participar en la “modernidad” en una posición no completamente subordinada era una autarquía forzada: espacio protegido de toda competencia exterior debía permitir el desarrollo de un capitalismo local. Es en efecto, lo que ocurrió en Rusia, en China y en muchos países de la periferia capitalista, como el caso de nuestra admirada Cuba. La “construcción del socialismo” en Rusia no era ni una tentativa –que finalmente habría fracasado- de construir una sociedad emancipada (como afirman sus partidarios), ni la loca ambición de realizar una utopía ideológica (como querían creer sus críticos burgueses), ni tampoco una “revolución traicionada” por la nueva burocracia parasitaria (como proclaman sus críticos de izquierda”). Era sobre todo una “modernización tardía” en un país atrasado. La mercancía, el dinero, el valor y el trabajo no solo no se abolieron en la Rusia socialista, sino que se trató de desarrollarlos hasta los niveles occidentales suspendiendo el libre mercado. Digo Rusia, pero es extensivo a Cuba y a todos los que siguieron similar camino.
    La economía mercantil no había sido superada, sino que tenía que ser dirigida por la “política”. En Rusia se repitió una especie de “acumulación primitiva” que implicaba la transformación forzosa de decenas de millones de campesinos en trabajadores de fábrica y la difusión de una mentalidad adaptada al trabajo abstracto. Los recursos de la sociedad se canalizaban hacia la construcción de las infraestructuras y de la industria pesada a un nivel que una economía privada no habría podido alcanzar jamás. El comercio exterior estaba reducido al mínimo, hasta la autarquía, lo que permitió desarrollar en ese enrome país una industria que habría desaparecido al instante de haber tenido que resistir a la competencia mundial. Al principio los éxitos fueron en efecto notables y, en poco tiempo, la Unión Soviética se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo. Las “democracias occidentales” se declaraban horrorizadas por los métodos con los que se había alcanzado ese resultado. En realidad, no deberían haber visto en ellos más que un resumen de los horrores de su propio pasado. La atrasada Rusia había repetido en algunos años lo que en el Oeste había llevado siglos. Como acabamos de decir, en efecto, el establecimiento de la “libre” economía de mercado se había llevado a cabo también en Occidente mediante el terrorismo de Estado, los trabajos forzados, el militarismo, la destrucción de las tradiciones, la condena de los campesinos al hambre y la supresión de las libertades individuales. El Occidente llamado “libre” hubiera debido reconocer en los países del Este el reflejo de sus propios orígenes, aunque ni de un lado ni del otro se quería admitir este hecho. Los éxitos iniciales de la URRS animaron en gran medida a otros países a intentar seguir la misma vía para integrarse con una posición de fuerza en la economía mundial. Tal fue primero el caso de China, mientras que numerosos países del Tercer Mundo trataban de combinar el enfoque estatista con dosis más o menos elevadas de mercado, cosa q ue ocurre en Cuba hoy según la noticias que tenemos. Cuanto más avanzada esta la evolución del mercado mundial y más atrasados estaban los países en cuestión conforme a los criterios capitalistas, más violentos, e incluso delirantes, eran los métodos. La ideología socialista no era más que una justificación paradójica para introducir más rápidamente las categorías capitalistas en países en los que estas estaban en gran medida ausentes. En lugar de “emancipar” al proletariado, primero había sido preciso crearlo desde la nada.

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  3. Continuación ya que me exige solo cierta cantidad de caracteres:
    Pero en la historia del capitalismo occidental, las fases las fases marcadas por una fuerte intervención del Estado se han alternado siempre con fases en las cuales predominaba el mercado “puro”. En el Este no se produjo esta alternancia y, tras haber logrado implantar las industrias básicas, el capitalismo de Estado comenzó a fallar y a quedarse otra vez retrasado con respecto a la evolución económica y tecnológica de Occidente. Sin embargo, la existencia de un vasto mercado protegido (Consejo de Ayuda Mutua Económica) permitía la supervivencia de numerosas industrias que no habrían tenido ninguna oportunidad de triunfar en los mercados mundiales. Esto hacía posible mantener un nivel de vida suficiente para conservar un consenso mínimo. Eso era todo. El “socialismo real” jamás fue una “alternativa” a la sociedad mercantil, sino una rama muerta de esa misma sociedad, una nota a pie de página de su historia. En efecto, no podía superar su contradicción de fondo: aspiraba a regular de manera consciente el automovimiento del valor y del dinero, que es ciego por naturaleza. Se trataba pues de una sociedad basada en la mercancía y el valor que al mismo tiempo había abolido la competencia, que en una sociedad mercantil adapta la producción a las necesidades sociales. Esta fue, en última instancia, la causa de todas las insuficiencias de la economía soviética: una producción que no tenía en cuenta ni la calidad ni las necesidades, una gran dificultad para enviar los recursos allí donde resultaban útiles, un bajo rendimiento del trabajo, etc. Finalmente la “revolución microinformática” y la “financiarización” en Occidente a partir de los años setenta hicieron insuperable el abismo entre el Este y el Oeste. La economía soviética no lograba seguir en modo alguno tales innovaciones y pronto sintió las consecuencias en el plano de la competición militar con los Estados Unidos. Ya usted sabe el resto de la historia: se derrumbó.
    Pero a diferencia de lo que pensaban los vencedores, el hundimiento de los países del Este no significó la victoria definitiva del capitalismo occidental. Constituye, bien al contrario, una nueva etapa en la crisis mundial de la sociedad mercantil. Se ha roto otro eslabón más de la cadena. Una economía mundial basada en la competencia produce necesariamente ganadores y perdedores, y la distancia entre ellos se vuelve pronto infranqueable cuando cada nueva invención tecnológica beneficia a aquellos que pueden permitirse incorporarla. Durante el periodo de prosperidad fordista, el crecimiento de los mercados mundiales dio incuso a los países “en vías de desarrollo” la oportunidad de encontrar algunos nichos para sus productos y de creer así que la “recuperación” era posible. La crisis que comenzó en los años sesenta disipó tales ilusiones. Uno tras otro, una gran cantidad de países volvieron a aquedarse rezagados. Por otro lado, y en términos generales, los países que habían apostado por el mercado privado tampoco salieron mejor parados: el problema no es el sistema elegido, y no se puede explicar todo por las consecuencias del colonialismo y los intercambios desiguales. En una economía mundial basada en el valor y la competencia, siempre habrá una mayoría de perdedores. Tras haber aniquilado las esperanzas del Tercer Mundo, la competencia caníbal había alcanzado, como un fuego que avanza, a los países del Este. Pero la esperanza de sus poblaciones de lograr la prosperidad copiando a Occidente se vio muy pronto defraudada. Descubrieron, en efecto, que el capitalismo occidental también hace aguas por todos lados y que no tiene ni la fuerza ni la voluntad de invertir masivamente en sus países, ni de acoger sus mercancías o su fuerza de trabajo.

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  4. En otra entrada le comentaré nuestra posición sobre el subdesarrollo

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  5. El desarrollo económico a nivel de los Estados, o lo que se ha dado en llamar desarrollo económico nacional, es la acción más perseguida, el hecho económico que mayor empeño a movilizado y la tarea a la que más energía se le ha dedicado de todas cuantas actividades se han llevado a cabo en la historia del mundo moderno; labor que ha sido intensa, sobre todo, en los últimos cien años.
    No obstante, todo el derroche de recursos, tiempo y actividad política desplegada en pos de alcanzarlo los resultados han sido nefastos, precisamente porque lograr el desarrollo económico nacional dentro de los marcos del capitalismo es imposible, un mito que aún siendo así, sigue consumiendo una ingente e innecesaria cantidad de fuerzas hoy en día.
    El desarrollo económico nacional es imposible conseguirlo porque es inútil analizar los procesos de desarrollo social de nuestras múltiples sociedades nacionales como si fuesen estructuras autónomas, de evolución interna, pues fueron y son de hecho en primer lugar estructuras creadas por procesos de escala mundial y moldeadas como reacción a ellos, es el sistema capitalista y no las sociedades separadas, lo que ha estado en desarrollo.
    El desarrollo nacional es hoy por hoy una ilusión, sin importar qué método se defienda y utilice.
    Con respecto a la ilusión que se han montado todos aquellos países que abandonaron el llamado sistema socialista, en cuanto a que, suplantando la planificación por los mecanismos de mercado alcanzarían más elevados niveles de desarrollo hay que decir que han extraído falsas conclusiones, por cuanto que el mercado en líneas generales no resultará un instrumento de bienestar económico más eficaz para estos estados de lo que ha sido la planificación, puesto que las principales dificultades económicas de estos estados provenían, y aún provienen, no de sus mecanismo económicos internos, sino de su posición estructural en la economía capitalista mundial.
    Lo mismo puede decirse para los países del Tercer Mundo, donde también se extrajeron falsas conclusiones del impacto que tendría la desaparición del socialismo sobre sus expectativas y esperanzas de desarrollo ya que, muchos interpretaban el colapso del leninismo como un debilitamiento decisivo de estos países en su lucha contra el dominio económico del norte, cuando en realidad la retórica soviética sólo había contribuido de manera menor en la lucha de los países del Tercer Mundo. La debilidad de su posición actual se debe principalmente al funcionamiento continuado de la economía capitalista mundial, de manera secundaria a la ineficacia de sus estrategias de desarrollo nacional y, sólo de manera terciaria, a la presente incapacidad (y a la mala disposición) de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para apoyarlos.
    Continúa

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  6. En cuanto a la pretendida aspiración de las regiones pobres del planeta de conseguir el nivel de desarrollo alcanzado por el grupo de países que integran el centro de la economía capitalista, algo extensivo también a aquellas fuerzas progresistas y revolucionarias del mundo asimismo empeñadas en obtener para los sectores pobres y excluidos del planeta el mismo nivel de consumo de las clases medias occidentales hay que decir que, además de quimérica la apropiación periférica de la modernidad es un anzuelo envenenado, es la ilusión de reproducir los supuestos logros culturales de la civilización burguesa de manera independiente o enfrentando a Occidente, cuando el esclavo imita al amo o pretende regenerar a su comunidad adoptando-adaptando sus fundamentos ideológicos lo que consigue es bloquear la creatividad revolucionaria de su base social, así lo demuestra la experiencia histórica del siglo XX, desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos, pasando por los diversos nacionalismos más o menos socialistas o capitalistas del Tercer Mundo, cree haber encontrado el hilo de Ariadna que le permitirá salir del laberinto, se aferra al mismo y marcha triunfalmente hacia la salida, en realidad se ha aferrado a la cola del diablo quien astutamente lo deriva hacia pasadizos aún más siniestros.
    Gracias y saludos

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