En la nota de la semana pasada (septiembre 6) exponíamos que en la coyuntura histórica de los cubanos en estos inicios del siglo XXI se pueden apreciar tres caminos posibles por los que podría transitar nuestro futuro:
●
El camino de la ingenuidad.
●
El camino del estancamiento.
● El camino de la cultura.
Como prometimos, vamos ahora a ampliar la explicación sobre el primero de ellos:
El camino de la ingenuidad: hacia la República reconquistada y la dependencia.
Nuestros
adversarios en las batallas de ideas de hoy (quizás de siempre) están en dos
categorías:
1.
Los enemigos conscientes que saben que su
accionar conduce a un país fragmentado entre una minoría de ricos anexionistas
y una gran mayoría de pobres, y que presionan hacia eso de manera perversa
presuponiendo que, si triunfan, ellos caerán del lado de los ricos. Hacia este
grupo no van dirigidos nuestros argumentos. Las actitudes políticas de estas
personas serán resistentes a cualquier lógica, porque no parten de
razonamientos, sino de intereses egoístas. Han sido la base social —ínfima pero
real y peligrosa— del terrorismo contra Cuba. Con ese grupo no es posible dar
“batalla de ideas”, sino simplemente “batalla”, sin apellidos.
2.
Los ingenuos, que son inducidos a confundir
iniciativa económica con propiedad privada, a confundir derechos humanos con
tolerancia para actuar contra los intereses del país y al servicio de otro, a
confundir debate abierto de ideas con puertas abiertas para la influencia
masiva de la industria de la desinformación, y a ignorar el impacto del
diferendo histórico con Estados Unidos y el bloqueo en el análisis de los
asuntos de Cuba. Con esos podemos razonar y explicarles hacia dónde nos pueden
llevar las ingenuidades. Esta categoría es más numerosa, y tiene raíces
diferentes pero similares consecuencias.
La Constitución
de la República de Cuba establece en su Artículo 27 que “La empresa estatal socialista es el sujeto principal de la economía
nacional”, aunque reconoce la propiedad privada “que se ejerce sobre determinados medios de producción por personas
naturales o jurídicas cubanas o extranjeras, con un papel complementario en la
economía”. Y aclara en el Artículo 30 que “La concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no
estatales es regulada por el Estado, el que garantiza, además, una cada vez más
justa redistribución de la riqueza, con el fin de preservar los límites
compatibles con los valores socialistas de equidad y justicia social”.
¿Cómo sería
nuestro futuro si permitimos que decisiones aparentemente eficientes y
racionales a corto plazo y en contextos locales, vayan expandiendo poco a poco
el espacio de la propiedad privada hasta erosionar el papel central de la
propiedad social? Obviamente, habría concentración de la riqueza en pocas
manos. Nadie se sorprenda: eso es lo que han producido siempre, y en cualquier
parte, las leyes del mercado y la apropiación privada de la riqueza socialmente
construida. Más aún, se reinstauraría en el pensamiento colectivo una especie
de “cultura de la desigualdad” que la legitime como algo permanente y la
perpetúe a través de la desigualdad educativa.
El 8° Congreso
del Partido Comunista de Cuba, reforzó esta idea al expresar en el Informe
Central que: “La ampliación de las
actividades de las formas no-estatales de gestión no debe conducir a un proceso
de privatización, que barrería los cimientos y las esencias de la sociedad
socialista construida a lo largo de más de seis décadas [...] no puede
olvidarse jamás que la propiedad de todo el pueblo sobre los medios
fundamentales de producción constituye la base del poder real de los
trabajadores”.
¿Cómo sería el
futuro si una clase de propietarios privados tuviera en sus manos el poder
económico? ¿Acaso no reclamaría en algún momento cuotas crecientes de poder
político? ¿No actuaría un eventual poder político vinculado a la riqueza, en
contra de la soberanía nacional? Es lo que nos enseña la historia: Cuba en el capitalismo
dependiente nunca tuvo una gran burguesía realmente nacional. Fue siempre
mayoritariamente una burguesía anexionista. Volvería a serlo si le damos la
ocasión.
Tenemos y
tendremos una economía abierta, porque somos un país pequeño que debe valorizar
la riqueza creada en transacciones económicas internacionales; pero los actores
económicos principales en el mundo capitalista exterior son empresas privadas.
¿Acaso no privilegiarían esos actores sus relaciones con un sector privado
interno?. Eso fue lo que dijo, alto y claro, el presidente estadounidense Barak
Obama durante su visita a Cuba en 2016.
Esa opción
equivale a transitar hacia una economía privada, concentradora de la riqueza,
que sobrepase y margine la economía estatal socialista, que es la que
distribuye riqueza.
Un componente
importante de las presiones externas que recibe la economía cubana consiste en
inducirnos a que permitamos la ampliación de las desigualdades. ¿No fue eso
exactamente lo que ocurrió en Rusia en 1992, cuando el abandono del socialismo
y la avalancha de privatizaciones pusieron la economía en manos de oligarcas y
mafiosos?
Como explica el
compañero José Luis Rodríguez en su libro El
Derrumbe del Socialismo en Europa (Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2014), se estima que en Rusia el 30 % del capital inicial del sector
privado tuvo un origen de naturaleza criminal. Se privatizaron 122 mil empresas
en 2 años; se fugaron al exterior entre 50 mil y 100 mil millones de dólares.
El peso del sector privado en el PIB pasó de 5 % en 1990, a 70 % en 1998. El PIB
decreció 23 %. El salario real bajó 68,3 %. La producción industrial descendió
54 %. La esperanza de vida en los hombres descendió de 65,5 a 57,3 años. La
tasa de homicidios se triplicó.
Ese proceso tuvo
raíces en la historia económica y política de la URSS, pero no fue un proceso completamente endógeno.
Incluyó la labor de asesores estadounidenses y europeos, y de organismos internacionales
como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la transición,
como era de esperar, surgieron unos pocos nuevos ricos y supermillonarios, y
también obviamente, muchos “nuevos pobres”.
Los primeros
pasos hacia la privatización y la economía de mercado se dieron en países de
Europa del Este a nombre de la racionalidad económica y la eficiencia; pero esa
es una racionalidad orientada a la maximización de las ganancias de los propietarios
y limitada al incremento de la productividad de la población “efectivamente
empleada”, no de toda la población. Los excluidos (desempleados o en trabajo
precario) no están en el denominador con el que se calcula la productividad de
las empresas. No puede haber garantía del derecho al trabajo y mucho menos de
la equidad social, sin una intervención sistemática del Estado en las
relaciones económicas.
Los peligros de
la ingenuidad están también en la esfera ideológica, la educación, la cultura y
los medios de comunicación.
¿Cómo sería
nuestro futuro si, en el marco de la imprescindible (y deseable) diversidad de
opiniones y críticas en los medios de comunicación, se abriese una grieta para
desvalorizar nuestra historia, deslegitimar nuestra soberanía, justificar
desigualdades sociales, y promover la banalidad y el individualismo? ¿Sería
este un debate de ideas al interior de nuestro país o sería influido y
financiado de manera sesgada por el inmenso poder de la industria de la
información estadounidense? ¿Cómo moldearían esos poderes la conciencia social
de las futuras generaciones de cubanos? ¿Sería un debate de ideas que apela a
la razón o una guerra de imágenes que apela a los reflejos primitivos del ser
humano?
Todo esto podría
ocurrir en Cuba si una inmensa ingenuidad colectiva nos indujese a movernos en
esa dirección. Por este camino conseguiríamos quizás algo de prosperidad para
algunos, pero no podríamos mantener la equidad social, ni la soberanía
nacional. Es uno de los futuros posibles y los cubanos, mayoritariamente, no
queremos ese futuro. Tampoco lo vamos a permitir.
Por supuesto, y
lo sabemos, que también hay ingenuidades y grandes peligros en el otro extremo
de las actitudes, que conducen al estancamiento y al aislamiento de nuestra
economía. Pero esos los vamos a exponer en la nota de la semana próxima.
Agustin Lage Dávila
Me gustó muchísimo el artículo. Si pudiera subrayaría con un marcador que a los enemigos consientes solo hay que darles batalla, sin apellidos. También subrayaría las confusiones de los ingenuos, lo del peligro de que decisiones aparentemente eficientes a nivel local se extiendan y lleven a la privatización, subrayaría doble la alerta del VIII Congreso del PCC sobre que esto no debe ocurrir porque la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción constituye la base del poder real de los trabajadores. Como el derrumbe de la URSS comenzó a nombre de la racionalidad económica y la eficiencia pero de una eficiencia que se calcula para unos pocos, sin que los resultados para la mayoría de los ciudadanos estén puestos en la ecuación. Creo que al final quedaría casi todo el artículo marcado. Gracias por una explicación tan clara, lista para enseñarla hasta en la escuela secundaria.
ResponderEliminarLisel
Muy bueno el análisis que hace el autor.
ResponderEliminarQuien tiene el poder económico, quiere el poder político. Eso es válido en cualquier tiempo y lugar. Es lo que enseña la historia. Cuba no es excepción. Se puede ser ingenuo e ignorante de esa realidad histórica objetiva, pero la historia castiga duro a quienes no aciertan a comprenderla. Con el poder económico y político en manos firmes podemos cambiar todo lo que debe ser cambiado y seguir avanzando hacia un futuro cada vez mejor.
Carlos Baliño, en el diario La Discusión (5 de julio de 1902), alertó sobre cómo lastraba a la soberanía nacional la dependencia de los Estados Unidos.
Eliminar“Sin libertad económica la libertad política no es más que un espejismo engañoso.¨
y continuaba en relación a la situación cubana en ese momento
¨Prueba fehaciente de esta verdad es la situación por la que atraviesa nuestra patria. Roto el yugo de la antigua metrópoli política […] está hoy el pueblo de Cuba esperando con anhelo la decisión del Congreso [norte] americano sobre la modificación de las tarifas, porque de ella depende su prosperidad o su ruina”.
Para ser consecuente con la propuesta del autor, es preferible dejar las opiniones para cuando se hayan publicado los dos restantes artículos. En teoría de conjunto, el todo es mayor que cada una de sus partes; y en teoría de sistema, cada componente puede ser analizado aisladamente como parte de la metodología ctf , pero para arribar a conclusiones del sistema, dejar fuera uno de sus componentes, es una negación del mismo, si realmente está construido respetando la teoría.
ResponderEliminarPuede ser pertinente un pregunta aclaratoria o una observación puntual, en aspectos más pegados a la información subsumida que a juicios de valor.
Esas dos categorías que define el Dr. C. Agustín Lage, no necesariamente son disjuntas, ni se comportan como tales; en ocasiones se solapan en dependencia con sus objetivos y los temas abordados.
Por la consistencia de los razonamientos, auguro un fructífero debate al final, que hay que ir pensando cómo organizarlo para que nos aporte la mayor utilidad posible.