En la nota de la semana pasada (septiembre 13)
retomábamos la idea de los tres caminos
posibles por los que podría transitar nuestro futuro:
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El camino de la ingenuidad.
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El camino del estancamiento.
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El camino de la cultura.
Y profundizamos un poco (en la medida en que lo permite el espacio limitado) en el primero de ellos: El camino de la ingenuidad.
Estas actitudes
no están entre los aspirantes a “hombres de negocio” y sus ideólogos, sino
entre los burócratas. Conducen al riesgo de intentar resolverlo todo con más
regulaciones administrativas y más controles, sin salir nunca de la “zona de
confort” de cada organización. Se llega así a una manera de pensar y actuar en
la que los procedimientos acaban siendo más importantes que los objetivos, y se
acepta posponer o limitar objetivos a cambio de ser estrictos en el
cumplimiento de los procedimientos establecidos. Así se lleva a la sociedad,
paso a paso, hacia el abandono de objetivos audaces y sueños visionarios.
Exactamente lo contrario de la actitud revolucionaria.
¿Cómo sería el
futuro si limitamos las iniciativas económicas y sociales al cumplimiento de
las orientaciones que vienen “de arriba”? ¿Qué ocurriría en el mediano plazo si
insistimos en sustituir o sancionar inmediatamente al directivo que implementa
una estrategia que finalmente fracasa y le cerramos así los caminos a la
exploración audaz de alternativas dentro de la Revolución? Los cuadros con más
iniciativas son los que tienen más probabilidades de emprender alguna que
contenga errores. Es casi una ley de la aritmética. La obsesión de normarlo
todo conduce a un ambiente de “riesgo asimétrico” en el que emprender una
iniciativa—que casi siempre contiene incertidumbres—es mucho más riesgoso que
no emprender ninguna.
¿A dónde conduce
la presión por cumplir con decenas de normas, prohibiciones y controles en
asuntos puntuales, si se hace a expensas de limitar el pensamiento y las
iniciativas en los procesos esenciales? ¿Cómo podría ser posible motivar a los
jóvenes a soñar sobre Cuba, en un ambiente de este tipo?
En una empresa,
como en cualquier organización humana, a partir de determinado grado de
complejidad —y la economía moderna tiene mucha—la suma de la optimización de
las partes no es equivalente a la optimización del todo. La conquista de los
objetivos grandes, de los que depende el crecimiento de la economía empresarial
y nacional, frecuentemente implica que determinados componentes del proceso funcionen
de manera sub-óptima. ¿A dónde conduce la obsesión de normar y controlar por
separado, a veces desde varios órganos controladores diferentes, cada uno de
los subsistemas y procesos de la vida empresarial?
Retomando la
visión desde las ciencias naturales, los médicos (como es el caso del autor de
esta nota) conocemos muy bien que existen agresiones externas a la
salud—principalmente los gérmenes patógenos—en las que una robusta respuesta
inmune nos defiende; pero también existen situaciones en las que una respuesta
inmune excesiva, supuestamente protectora, conduce a la autoagresión que
daña los tejidos sanos. Son las llamadas enfermedades autoinmunes, que pueden ser
mortales. El enemigo conoce también esta analogía, y con frecuencia la
intención de sus agresiones es precisamente provocar nuestra sobrerreacción.
Ya ha sucedido
previamente. En la Unión Soviética, después de décadas de crecimiento
económico, de sobrepasar en los años 1950 y 1960 los índices de
crecimiento de los países capitalistas desarrollados, y lograr realizaciones
industriales admirables; en la década de 1970 la economía empezó a dar señales
de estancamiento. Entre 1979 y 1982 la producción industrial se contrajo 40 %.
La rígida planificación central y los métodos administrativos de dirección
vertical limitaron el impacto de la ciencia y la tecnología en la producción.
Ya desde 1965 Che Guevara escribía en una carta a Fidel: “La técnica ha quedado relativamente estancada en la inmensa mayoría de los sectores económicos soviéticos [...] En la Academia de Ciencias de ese país hay acumulados centenares, tal vez miles de proyectos de automatización que no pueden ser puestos en práctica porque los directores de las fábricas no se pueden permitir el lujo de que su plan se caiga durante un año, y como es un problema de cumplimiento del plan, si le hacen una fábrica automatizada le exigirán una producción mayor, y entonces no le interesa fundamentalmente el aumento de la productividad”.
Fidel Castro, en
sus entrevistas con el periodista Ignacio Ramonet, hizo la siguiente
observación: “Lo curioso es que la Unión
Soviética era el país que más centros de investigación creó, mas
investigaciones llevó a cabo y, excepto en la esfera militar, el que menos
aplicó en su propia economía el caudal de invenciones que desarrolló”.
En el siglo XX,
el hermoso ideal moral del comunismo se vio erosionado por la disfuncionalidad
de un modelo económico de dirección vertical administrativa y planificación
rígida, que se adaptó mal a los rápidos cambios tecnológicos. La planificación
material centralizada, eficaz en la economía industrial del siglo XX, dejó de
funcionar en la economía de alta tecnología, flexible y dinámica que exigía el
siglo XXI.
El estancamiento,
que sacrifica objetivos de desarrollo en aras de la rigidez de los controles es
otro de los futuros posibles. El riesgo es incluso mayor ahora que en los años
en que Fidel y el Che hicieron sus observaciones, porque los cambios
tecnológicos son más rápidos en el siglo XXI y la globalización de la economía
implica la urgencia de ser competitivos e interconectados a escala global.
La apuesta ingenua a más regulaciones y más controles introduciría un freno a la construcción de conexiones económicas con otros países (imprescindibles, aunque reconocidamente riesgosas) y reforzaría el aislamiento y la exclusión de Cuba del sistema económico global. El bloqueo del gobierno estadounidense contra Cuba está explícitamente diseñado para aislar y excluir.
En la dinámica de
la globalización, el retraso no es siempre consecuencia de que un país sea
“explotado” económicamente. También ocurre como consecuencia de que un país sea
“excluido” de la economía global. Y estar desacoplado de la economía global
significa estar desacoplado del futuro.
El estancamiento es otro “futuro posible”. Por ese camino podríamos mantener la equidad social y la soberanía nacional durante un tiempo, pero no alcanzaríamos la prosperidad. Si esto ocurriese, el estancamiento de la economía abriría la puerta, en el plano ideológico, a la desconfianza de las nuevas generaciones en el sistema socialista y a la creencia espuria de que las desigualdades sociales son un precio necesario para la dinámica del crecimiento económico.
Del peligro de transitar por ese camino alertó también el recién concluido 8vo Congreso del Partido Comunista de Cuba al expresar en su Informe Central que: “[...] es ineludible provocar un estremecimiento de las estructuras empresariales desde arriba hacia abajo y viceversa, que destierre definitivamente la inercia, el conformismo, la falta de iniciativas y la cómoda espera por instrucciones desde los niveles superiores”.
¿Y
entonces…? ¿Cómo evitar al mismo tiempo
la ingenuidad de las concesiones y el estancamiento auto-excluyente?
No espere ningún lector que el autor de esta nota caiga en la arrogancia
de pretender tener soluciones a este complejo dilema; pero de todas formas, y
humildemente, algo intentaremos decir en la nota de la semana próxima.
Agustín Lage
Dávila
Centro de
Inmunología Molecular
Como suponía este tercer y penúltimo artículo es una especie de imagen especular del anterior, el de las ingenuidades. Y como señala el autor en la próxima entrega del lunes 27 de septiembre vendrán algunas pistas para contribuir a esclarecer, algo que debemos y podemos hacer entre todos.
ResponderEliminarLa construcción de la alternativa es lo verdaderamente revolucionario. Hay que incentivar que la gente quiera alcanzar los sueños y los construya desde Cuba
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