La semana pasada se
escribió mucho en la prensa cubana y extranjera sobre el bloqueo económico,
comercial y financiero del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba, pues se
cumplieron 60 años de aquel 3 de febrero de 1962 en que el presidente
estadounidense John Kennedy firmó la orden ejecutiva 3447 que establecía el
bloqueo. Apenas una formalización de una política agresiva establecida “de
hecho”: ya habían transcurrido 10 meses de la invasión de Playa Girón, y casi
dos años desde el cínico memorando del asistente de estado para asuntos
interamericanos, Mallory, que decía textualmente que “… el único modo que se puede vislumbrar para enajenar el apoyo interno
es a través del desencanto…basado en la insatisfacción y dificultad económica.”
En estos días se han
publicado sobre el tema trabajos muy buenos. No es necesario recapitular aquí
datos y análisis que cualquier lector puede fácilmente encontrar. Pero puede
ser útil comentar sobre causas profundas que están en las raíces de la
hostilidad de los Estados Unidos contra Cuba, raíces que son anteriores y más
profundas incluso que el conflicto entre ambos países a partir de 1959.
En los Estados Unidos mandan los ricos. ¿queda alguien todavía que no vea esa realidad? Y la mecánica
del sistema político garantiza que eso siga siendo así. Las campañas
electorales de esos ricos cuestan dinero, mucho dinero y una parte lo ponen los
mismos candidatos porque son millonarios. Otra parte la “donan” (después
cobran) otros millonarios.
Después de la
independencia de los Estados Unidos, al menos 12 presidentes habían sido dueños
de esclavos. Ocho de ellos siguieron teniendo esclavos durante el período en
que ejercieron como presidentes, incluido Jefferson, autor principal de la
Declaración de Independencia de 1776 donde se dice que “todos los hombres son creados iguales”. La doble moral entre los ricos viene desde
lejos.
El fenómeno Trump es
la imagen de caricatura (“comics” se diría en inglés) de esa realidad, pero ese
proceso está enraizado en el sistema. Así el sistema se asegura que nunca sea
electo allí un revolucionario radical como Fidel Castro, un líder sindical como
Lula o Maduro, un líder universitario como Diaz Canel, un maestro rural como
Pedro Castillo, un médico con inquietudes sociales como Allende, un
revolucionario guerrillero como Mujica, o un campesino indígena como Evo.
¿Dónde están los
equivalentes de esos líderes en los Estados Unidos?. Seguramente existen, pero
no participan en la política nacional. Están sencillamente fuera del juego.
En mi etapa de
Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular tuve varias veces la tarea de
atender visitas de parlamentarios de otros países. Un día uno de ellos (por
cierto, uno con expresas simpatías por Cuba) me preguntó esto: “¿y a
ti cuanto dinero te costó tu elección como Diputado?... porque a mí me costó más
de medio millón.” Me tomó unos
minutos poder parar de reírme de la pregunta.
En otra ocasión,
cuando conversaba con unos electores de mayor edad en el municipio de
Yagüajay, fui yo quien les
preguntó: Antes de la Revolución aquí ¿Quién tenía más poder real sobre la vida
de los ciudadanos del municipio, el alcalde o el dueño del central azucarero?. Me
dieron la respuesta esperable: “el dueño
del Central, por supuesto”. Y luego surgió la pregunta siguiente: “Y a ese, ¿quién lo eligió?. Nadie lo
eligió. Es que la democracia es una broma de mal gusto cuando el poder
económico está en manos de los ricos.
A los
revolucionarios cubanos se les ocurrió cambiar las reglas del juego: repartir
la tierra, nacionalizar las fábricas, alfabetizar a todos, hacer a todos
propietarios de sus viviendas, cerrar los casinos de juego, impedir los lujos,
y emplear el dinero público en abrir escuelas y hospitales, para servicios
gratuitos de acceso universal; y más aún, hacer una política exterior
independiente, y darle las armas al pueblo para defender todo eso.
Era demasiado y podía
ser contagioso: los círculos de poder de los millonarios norteamericanos y sus
acólitos locales no lo podían permitir: y así apareció el bloqueo, la invasión
de Girón, las bandas contrarrevolucionarias, y el invento risible (si no fuera
cinismo trágico) de acusar a Cuba de promover el terrorismo y violar derechos
humanos.
Entendamos que lo que hacen no es
solo perversa venganza de los ricos expropiados; es el frío cálculo de que el
socialismo funciona. Por irónica que parezca la conclusión, ellos saben que el
socialismo es capaz de elevar la calidad de vida y la justicia social y, si eso
sucede, el ejemplo sería muy peligroso. Hace falta que no se le deje funcionar,
y para eso es guerra económica, o cuando funciona (como muestran los indicadores sociales de Cuba), que no se entere nadie,
y para eso es la guerra mediática.
Así lo reconoció, por
escrito y sin atisbo de vergüenza, el propio Allen Dulles, director de la
Agencia Central de Inteligencia (CIA) entre 1953 y 1961: “El
objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno
de la ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y
la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario
colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias, para
lograr un producto paradójico e inquietante: que las víctimas lleguen a
comprender y compartir la lógica de sus verdugos”.
La venganza de los
ricos contra los pobres no es nada nuevo en la historia. En agosto de 1793
Haití fue el primer país del mundo en abolir la esclavitud. Francia le impuso
una deuda de 150 millones de francos, nada menos que para compensar a los
dueños de esclavos que había perdido su “propiedad”. La deuda impuesta (con
amenaza de agresión militar) era superior al producto interno de la economía
haitiana. Les tomó 58 años pagar esa deuda y aun después quedaron más
endeudados por los préstamos que tuvieron que adquirir para poder pagar. Todas
esas deudas, derivadas del “castigo” por declarar la independencia y abolir la
esclavitud, duraron 127 años. Haití se convirtió en el país más pobre del
hemisferio.
Y ahora el bloqueo de
los Estados Unidos contra Cuba intenta hacer lo mismo.
Pero ya no estamos en
el siglo XVIII, sino en el XXI. Los pensadores sociales lúcidos en el mundo
saben, y la mayoría de los seres humanos intuyen, que el capitalismo no es
compatible con la justicia y el bienestar de 9000 millones de personas, con la
preservación del medio ambiente expoliado por la avaricia, y con una economía
basada cada vez más en el conocimiento, que demanda la educación y la
participación de todos.
El capitalismo, y más
aun el capitalismo estadounidense, construyó una sociedad “de competencia” cuya
lógica es que los hombres compiten unos contra otros (y las naciones unas
contra otras), y que solamente de esa competencia surge la riqueza material. La
polarización entre “pocos ganadores” y “muchos perdedores” que esa filosofía de
la existencia genera, es apenas un “daño colateral”, inevitable.
Cuba intenta construir
un modelo alternativo, y los millonarios que gobiernan el mundo necesitan que
ese modelo no triunfe, para seguir pregonando que no existen alternativas, y
(como dice la canción de Silvio que todos conocemos) “que pasó de moda la locura...y… que la gente es mala y no merece…”
Por eso es que no van
a levantar el bloqueo. Los gobernantes de los Estados Unidos, gobernados ellos mismos por el
poder del dinero, sencillamente no pueden hacerlo.
El bloqueo tenemos que seguirlo denunciando, una y otra vez, aunque sepamos que lo van a mantener, porque con las
inmoralidades no puede haber convivencia, por muy poderosos que sean quienes
las imponen.
Levantar ese bloqueo
inmoral está fuera de las posibilidades de gobernantes electos por millonarios.
Sería contradictorio con la naturaleza de su sistema, porque el capitalismo es inmoral.
Nosotros tenemos que
saber que hay que seguir resistiendo, y
además, desarrollar nuestra economía y nuestro modelo de sociedad, aún con el
bloqueo.
Y si el 10% de
super-ricos (personas o países) necesita que fracasemos, el otro 90% de la
humanidad necesita que triunfemos.
No nos podemos cansar.
Nuestro deber es resistir y vencer, pero ese deber ahora, en el siglo XXI, no
es solamente para con Cuba y los cubanos. Es nuestro deber para con toda la
humanidad, porque el mundo necesita alternativas a la tiranía del mercado y a
la democracia de los que tienen dinero.
Son esas alternativas sociales y económicas lo que intentan bloquear. No es solo contra Cuba.
José Martí, que vio tan
lejos y tan profundo, lo escribió así en 1895, en el Manifiesto de Montecristi:
“La guerra de independencia de Cuba…, es
suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de
las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al
equilibrio aun vacilante del mundo”
Nuestra batalla de hoy
contra el bloqueo, y nuestro desarrollo socioeconómico a pesar del bloqueo, es
parte de ese mismo servicio al mundo que nos pidió Martí.
Agustín Lage Dávila
Centro de Inmunología
Molecular
Tremendo análisis!
ResponderEliminarNo hay confusión posible. Si en estos días Diaz-Balart y compañía piden al gobierno de Biden que vuelva a poner funcionarios en la embajada estadounidense en Cuba, no es para para aflojar el bloqueo, sino para agredirnos más. Y el mismo propósito tendrá cuando hagan, incluidos los cantos de sirena de algún que otro presidente de EEUU que use un lenguaje edulcorado para tratar de lograr lo mismo que los otros, pero con otros métodos.
El bloqueo tiene en su carácter extraterritorial una de sus armas más lacerantes y contraria al derecho internacional. Importantes empresas transnacionales que antes comerciaban con Cuba, ahora se desmontan por temor a las millonarias multas. Hay que poner el énfasis en nuestra efectividad económica y social, de lo cual el autor ha tratado con claridad en artículos anteriores.
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