La formación profesional de cada uno de nosotros influye inevitablemente en la manera en que apreciamos la realidad y definimos prioridades para la acción. Cuando hablamos quienes tenemos un entrenamiento en alguno de los campos de las ciencias naturales, expresamos casi siempre una visión reduccionista de la realidad.
Ese es el enfoque
reduccionista y significa que estamos entrenados en buscar lo esencial, las
causas raíces (que siempre deben ser pocas), y evitar que los detalles o los
fenómenos coyunturales nos nublen la vista y nos dificulten mirar lo esencial,
y trabajar sobre lo esencial.
Aceptemos desde ya
que este enfoque no funciona bien para todos los campos de la actividad humana.
Funciona excelentemente para la física, la química, las ingenierías y la biología
molecular. No funciona en otros campos que requieren interpretar la realidad
con visiones integrales e intuitivas. No se nos ocurriría estudiar la poesía,
la política, la ética o la historia, buscando un pequeño grupo de hipótesis y
axiomas que lo expliquen casi todo.
El problema con la
economía es que este campo del conocimiento está a mitad de camino entre los
extremos del reduccionismo objetivo y la intuición educada.
Reconociendo esta
limitación que dará pie a que muchos compañeros rechacen, con sus razones
comprensibles, las ideas que vienen a continuación aduciendo “falta de
integralidad”, puede todavía ser útil exponer como se ven los problemas
actuales de la economía cubana desde el enfoque reduccionista de las ciencias
naturales.
Decenas de problemas
llenan en estos días horas de debate: los abastecimientos, la inflación, los
precios, la convertibilidad de las monedas, la eficiencia de las empresas, la
expansión del sector no estatal, los salarios, la producción de alimentos, las
ganancias debidas o indebidas, el comercio mayorista, los impuestos, el tamaño
del sector presupuestado, y la lista
pudiera ser muy larga.
Es imprescindible
intentar encontrar “problemas esenciales” (las causas de las causas) de los que
derivan todos los demás. Es lo que nos puede permitir concentrar las acciones.
En mi apreciación
(confesamente reduccionista) hay dos temas básicos que subyacen a muchos otros
problemas:
1.
De cara al exterior, el tema de los ingresos
en divisa y la inserción de la economía cubana en la economía mundial.
2.
De cara al interior, el tema de la separación
entre propiedad y gestión.
La centralidad de
esos dos temas es una de las lecciones que aprendimos de la práctica durante el
proceso fundacional de la industria biotecnológica cubana. Ahí es donde hay que
concentrar el pensamiento y la energía, y evitar que la complejidad inherente a
la economía actual (nacional y mundial) nos distraiga y disperse los esfuerzos.
La globalización de
la economía implica (y este es un proceso relativamente reciente, acelerado en
los últimos 50 años) que una parte creciente de los ingresos nacionales hay que
obtenerla en el comercio exterior.
Ya no es la
economía de principios del siglo XX en la que el valor del trabajo se expresaba
en productos y servicios que eran consumidos principalmente en el interior de
las naciones. Ahora el valor del trabajo de los cubanos depende cada vez más de
la aceptación externa de nuestros productos y servicios, y del precio que
reconozca el mercado mundial.
Ya no es la economía
del siglo XX donde predominaban encadenamientos productivos y comerciales en el
interior de las naciones. Ahora se construyen cada vez más cadenas
transnacionales de productos y servicios, y esas conexiones ocurren en todo el
ciclo de desarrollo de los productos, no solamente en la comercialización de
productos terminados.
Esto no tiene
marcha atrás. Es un proceso objetivo impulsado por las nuevas tecnologías que
permiten escalas muy grandes de producción, y por el desarrollo del transporte
y las comunicaciones a nivel global. A pesar de coyunturas y oscilaciones en la
política mundial, no habrá una “des-globalización”.
Los ingresos en
divisa, el “cuello de botella” principal de nuestra economía hoy, dependen de
nuestra capacidad de insertarnos en el mundo. Y será así cada vez más.
Esa inserción la
tienen que lograr las empresas cubanas, y si estamos buscando, como debemos,
una inserción en la economía mundial con bienes y servicios de alta tecnología
y alto valor agregado, esa inserción será una tarea principalmente de las
empresas de propiedad estatal, grandes o pequeñas.
Nótese que se habla
aquí de “propiedad estatal”, no de “administración estatal”. Ello implica una
separación, conceptual y práctica, entre propiedad y gestión.
La socialización de la
producción no la inventamos nosotros los defensores del socialismo, sino que comenzó
dentro del sistema capitalista, desde que la economía comenzó, ya en el siglo
XIX, a requerir mayores y más complejos medios de producción. A partir de
determinado nivel de desarrollo de las fuerzas productivas surgieron las
sociedades anónimas “por acciones” en los que la propiedad de la empresa se
comparte entre muchos “accionistas” que ponen en ella su dinero al comprar las
acciones, pero que no participan de la administración cotidiana de la empresa,
la cual se confía a un “administrador profesional”, un director ejecutivo. El
director ejecutivo recibe un salario usualmente alto, pero es esencialmente
un asalariado.
Este tipo de estructura
empresarial se desarrolló en los Estados Unidos y otros países a partir de la construcción de ferrocarriles en la década de 1840, inversión que por su
tamaño no podía ser asumida por ningún capital privado aisladamente. El esquema
se repitió en la construcción de los sistemas de distribución de electricidad
y en todas las industrias caracterizadas
por alta demanda inicial de capital y altos costos fijos.
A partir del año 1900
las grandes empresas adoptaron mayoritariamente la forma de sociedades
anónimas, lo que le confirió a la propiedad capitalista cierto carácter
colectivo y consolidó la separación entre propiedad y gestión. La propiedad es de los accionistas (que
cuando son muchos, son representados por una “junta de accionistas”), mientras
que la gestión, la administración cotidiana de la empresa, es ejercida por un director ejecutivo
contratado por la junta de accionistas.
El esquema se repitió a
partir de la segunda mitad del siglo XX, para empresas emergentes de alta
tecnología, basadas en la ciencia, pero que por esa misma razón tenían un
riesgo grande de fracasar técnicamente, riesgo que usualmente no puede ser asumido en
su totalidad por un solo accionista, sino por varios.
La empresa
completamente estatal es la consecuencia natural de ambos procesos: la
socialización de la producción, y la separación entre propiedad y gestión. La
propiedad socialista de todo el pueblo es la continuidad objetiva de esa
tendencia, ya sin las distorsiones derivadas de la propiedad privada. Es lo que
Marx previó al intuir que las formas básicas de un sistema socioeconómico
maduran dentro del sistema que le precede.
En las experiencias
socialistas de otros países en el siglo XX, y también en la nuestra, cuando se
trata de empresas muy grandes y determinantes para la economía nacional, es frecuente hacer equivalente la propiedad estatal socialista con la
administración centralizada.
Pero ahora en el siglo
XXI la informatización de la sociedad, y las tecnologías emergentes de la
“cuarta revolución industrial” (software, electrónica, comunicaciones, automatización, robótica, inteligencia
artificial, biotecnología, y otras), hacen posible la aparición de muchas
nuevas empresas que aun siendo pequeñas, se basan en tecnologías de avanzada, y
por ello son estratégicas para el desarrollo del país. Estas empresas basadas
en la ciencia y en tecnologías emergentes no se pueden gestionar de manera
centralizada. Y ahí se hace evidente el desafío de encontrar las formas
concretas de separar propiedad y gestión.
No podemos confundir
propiedad con gestión, ni propiedad social con gestión centralizada, ni mucho
menos intentar dinamizar la gestión mediante la privatización de la propiedad.
Ya en otros países se cometió ese error, y sabemos las consecuencias.
La iniciativa y la
creatividad, que están en las raíces de la cultura cubana, tienen que
expresarse también en el surgimiento de empresas de base tecnológica que sean,
con independencia de su tamaño, propiedad socialista de todo el pueblo, y
garantes de la equidad social.
Ello requerirá
encontrar formas novedosas de gestión para este tipo de empresas, incluyendo
formas novedosas de conexión entre éstas y las entidades docentes y científicas
del sector presupuestado, y formas novedosas de inserción en la economía
mundial. Por supuesto que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero
habrá que hacerlo, porque de ello depende nuestro desarrollo.
Todo lo que hay que
hacer lo hace mucho más difícil el bloqueo del gobierno de los Estados Unidos.
Ningún tema, y mucho menos estos temas de la economía, se puede analizar
haciendo abstracción del impacto del bloqueo. Sería algo así como analizar la
epidemiología del dengue sin hacer mención a los mosquitos. Hay quien lo hace,
por absurdo que parezca, y lo es.
Enfrentar esos retos en
el contexto del bloqueo requerirá de nosotros aún más persistencia y más
creatividad. Es difícil, y no se podrá hacer en un día, ni en un año. Pero lo
haremos.
Ya lo anunció, como
tantas cosas, José Martí cuando dijo: “Los pueblos que perduran en la
Historia son los pueblos imaginativos”
Nosotros perduraremos.
Agustín Lage Dávila
Centro de Inmunología
Molecular