La semana que recién concluyó marcó el reconocimiento en Cuba de que la
epidemia de COVID 19 había entrado en un nuevo escenario de control, con bajo
nivel de trasmisión del virus y diagnóstico aislado de casos. El país mantiene
una tasa de vacunación de las mayores del mundo, y en base a vacunas de diseño
y producción propios. Los casos diagnosticados disminuyen de manera sostenida y
la letalidad se redujo a 0.15%. Han transcurrido semanas sin fallecidos. Se
suspendió el uso obligatorio de las mascarillas. La COVID-19 comienza a
parecerse a una infección respiratoria viral como todas las otras que siempre
han existido y con las que hay que
convivir.
Las vacunas, y no solo estas, sino todos los otros componentes de la
estrategia de control de la epidemia,
funcionaron.
Sin dudas, el control de la COVID 19 es un éxito grande e innegable de la
sociedad cubana.
Esta batalla victoriosa deja muchas experiencias, en muy diversos campos, que
hay que analizar y proyectar hacia el futuro.
Las experiencias para la estructura y estrategias de nuestro sistema de
salud están siendo discutidas en varios espacios, dentro y fuera del MINSAP.
Ellas refuerzan el concepto de que la salud no es solamente una “ciencia
biológica” sino que es principalmente una “ciencia social”, aunque con
componentes biológicos. Refuerzan el concepto de que la protección de la salud
es un área de “fallo de mercado”: los mecanismos del mercado no funcionan, y
solamente el socialismo en Cuba podía haber logrado lo que se logró.
Sin embargo, estas aristas del análisis NO son el objetivo central de este
comentario. Aquí nos concentraremos en otro de los componentes de la batalla
que fue el rol protagónico de la ciencia, la tecnología y la innovación.
Todas las capacidades científicas y tecnológicas del país se movilizaron.
Los epidemiólogos estudiaron la epidemia en tiempo real, en Cuba y en
comparación con otros países. Se identificaron los factores de riesgo para el
contagio y para la severidad. Se analizaron sistemáticamente las bases de datos
internacionales y se montaron las nuestras. Los matemáticos modelaron la
epidemia y sus pronósticos en base a diversos algoritmos. Los médicos
intensivistas diseñaron protocolos de actuación. Especialistas médicos en
diferentes campos caracterizaron el cuadro clínico de la enfermedad y sus
complicaciones.
BioCubaFarma propuso e implementó el reposicionamiento de varios de sus productos
para el manejo de la inflamación. Los inmunólogos estudiaron las subpoblaciones
celulares y las citocinas. Se trabajó intensamente en el desarrollo de nuevas
vacunas se ensayaron con rigurosa metodología científica. Los ingenieros
escalaron las producciones para alcanzar las cantidades requeridas de las
vacunas y de otros productos. Se crearon varias nuevas aplicaciones
informáticas.
Fue un esfuerzo enorme, sustentado en la ética de consagración al trabajo
que se había ido consolidando en la ciencia cubana desde hacía décadas. Pero además, y esto es
muy importante, fue un esfuerzo coordinado, que permitió reducir tiempos y
ganar en calidad. Se crearon varios comités multidisciplinarios que sesionaban
varias veces a la semana. Se implementó un intercambio permanente con la
autoridad regulatoria de medicamentos. Las intervenciones se evaluaron con
metodología científica. El intercambio con las máximas autoridades del Partido
y el Gobierno fue permanente.
Las autoridades de salud indicaban lo que debía ser investigado, en un
valioso ejercicio de “ciencia guiada por
la demanda de conocimientos” y enfocada a optimizar el proceso en su
conjunto y no los componentes separados de éste, como a veces sucede por la
especialización y sub-especialización. Todo ello se acompañó con una estrategia
de publicaciones científicas en revistas especializadas de circulación
internacional, lo que garantizaba no solo la visibilidad, sino la exposición a
la crítica externa especializada en todo lo que se hacía.
Fue un gran ejercicio de conexión de la ciencia con la sociedad.
Y ahora debemos hacernos una pregunta sensible: ¿porqué no sucede algo similar en intensidad y coordinación en otros
campos del saber y el impacto social? Pensemos por ejemplo en la producción
de alimentos, las construcciones, la industria manufacturera, la distribución
de energía, el manejo de residuales y otras áreas donde se escuchan frecuentes
quejas de que los resultados de la investigación científica no se aplican con
suficiente celeridad e impacto.
El
desarrollo científico tiene dos componentes: El primero es la intensidad de la actividad científica (investigadores,
instituciones, artículos publicados, financiamiento, etc); el segundo es la conectividad, es decir, cómo la
ciencia conecta con la producción, con la economía, con la salud, la educación
y otros componentes de la vida del país.
Si hablamos
sobre la conexión de la ciencia y la innovación con la producción, tenemos
ejemplos brillantes de los cuales nuestro pueblo puede sentirse orgulloso y el
ejemplo más reciente está en las vacunas que controlaron la epidemia de COVID,
pero no es solo ese último acto. La industria biotecnológica cubana despegó en
los años 80s (un despegue científico e industrial conducido muy directamente
por Fidel) y desde entonces ha estado produciendo resultados: nuevos fármacos y
vacunas, nuevas empresas, capacidades productivas y exportaciones a más de 40
países.
No es lo
único: también está el campo de la informática y las telecomunicaciones, donde
es evidente para todos, el aumento de la conectividad y la diversidad de
soluciones informáticas en muchos aspectos de la vida nacional.
Sin embargo,
es igualmente evidente que esos logros derivados de la aplicación de la ciencia
y la innovación en el sector empresarial no se replican en otros sectores y
tenemos que preguntarnos por qué.
Más aún, si
miramos a los indicadores “macro” veremos que las solicitudes de patentes
nacionales (absoluta y relativa a las solicitudes de extranjeros) vienen
disminuyendo desde el 2002 y que la fracción de bienes de “alta tecnología” en
nuestras exportaciones sigue muy baja.
Tenemos en
Cuba 246 Entidades de Ciencia y Técnica, 50 universidades, más de 89000
trabajadores en la actividad de Ciencia, Tecnología e Innovación, más de 52000
con nivel universitario y hemos graduado más de 18000 doctores en Ciencias. Y
tenemos el deber de preguntarnos porqué esas capacidades no impactan más en la
vida empresarial.
No es una
pregunta fácil de responder. En los problemas económicos y sociales las
relaciones de “causa-efecto” no son directas ni lineales como en la física, y
la pregunta de ¿por qué sucede tal cosa...?, puede ser una invitación al
simplismo.
Lo que
podemos hacer es identificar fenómenos que influyen y entre ellos hay tres, que
merecen especial atención:
1.
La estructura del financiamiento.
2.
Las conexiones de las empresas con el comercio
exterior
3.
La “cultura de aversión al riesgo” en nuestros
empresarios
Nuestra
actividad de ciencia y tecnología se financia mayoritariamente por el
presupuesto del Estado, y se ejecuta también mayoritariamente en entidades del
sector presupuestado, lo cual es una distribución propia del subdesarrollo (en
América Latina es así también). En los países que han alcanzado mayor
desarrollo tecnológico la ciencia se financia en más de un 60% por las
empresas, y los laboratorios de Investigación-Desarrollo de las empresas son
protagonistas. En nuestro momento de despegue de la biotecnología la solución
que se buscó para este problema (y funcionó) fue la creación de “Centros de Investigación-Producción”
que asumen el escalado de los productos que desarrollan, y cierran el ciclo
financiero con sus propias exportaciones. Tendremos que revisar en cuales otros
sectores es aplicable un esquema similar. En el 2020 el Consejo de Ministros
capturó la idea en el Decreto de Empresas de Alta Tecnología, pero esta opción,
hasta el momento, ha sido empleada por pocas empresas.
Otro
componente del problema es la conexión con las exportaciones. A mediados del
siglo XX el volumen mundial de exportaciones, como % del Producto Interno Bruto
era apenas un 10%. Luego comenzó a crecer aceleradamente y hoy se acerca a 40%.
Esa es la globalización. Y es aún más importante para los países pequeños. Las
empresas que no exportan, o que lo hacen indirectamente con varios
intermediarios en el camino, terminan no teniendo idea de lo que el mercado
demanda, y de las tendencias mundiales de las tecnologías, y se quedan sin
incentivos para la innovación. Es la situación de muchas de nuestras empresas,
cuya prioridad es más “cumplir el plan” y ahorrar, que crecer en sus
operaciones económicas y en el valor añadido que crean. De nuevo tomo como
referencia los inicios del desarrollo de la biotecnología en Cuba (excúsenme
los lectores, no es “el ombligo del mundo”, pero es el área en que puedo
pretender conocer “algo”). Allí la decisión de los años 90s fue darle
atribuciones directas de exportación a la mayoría de las empresas emergentes. Y
les puedo asegurar que a partir de esa decisión la visión de nuestro propio
trabajo, y de las prioridades, cambió.
Por último
está el tema de la “cultura de no asumir riesgos”. No se puede discutir con
cifras y porcentajes, pero está ahí, como un problema de nuestro sistema
empresarial. Innovar es asumir riesgos y nadie puede obviar esa equivalencia.
Emprender una innovación implica esfuerzos y gastos, y en los primeros momentos
no se sabe si la innovación va a funcionar o no. De hecho, en el sector
farmacéutico la proporción de proyectos que generan un producto que llega al
mercado es menor de 10%. En otros sectores menos riesgosos la cifra es no es
tan pequeña, pero siempre es baja. Quien solamente quiera tomar “decisiones
seguras” no innovará nunca nada.
En general
nuestros empresarios tienen mucho rechazo al riesgo. Eso hay que entenderlo. Como decía un viejo
filósofo del siglo XVII, el problema no
es reír, ni llorar, sino “comprender”. Nuestra economía ha vivido más de 60
años bajo acoso, y con grandes enemigos. Lo sabemos. Nuestro pueblo ha
batallado, ha resistido y ha vencido en la resistencia. Pero de las batallas,
aún de las batallas victoriosas, se sale con heridas. Una de ellas es que el
acoso económico termina generando una cultura de “riesgo cero” en la vida
empresarial, y un sistema regulatorio que castiga mucho más la iniciativa que
falla, que la falta de iniciativa. Eso se conoce como “riesgo asimétrico”
Por ahí andan las causas del escaso
aprovechamiento de muchos resultados de la ciencia cubana en nuestras empresas.
¿Qué podemos (y debemos) hacer para
revertir esa situación?
Lo primero es tomar
conciencia de que el problema existe y que es importante.
Tenemos éxitos
innegables y todo el derecho del mundo a sentirnos orgullosos de esos
resultados. No le vamos a permitir a nadie que intente, por el camino de las
críticas necesarias a las insuficiencias, llevarnos al pesimismo y la
desilusión. A los amargados, los vamos a dejar que se amarguen solos. Los
revolucionarios asumiremos los problemas como motivaciones para resolverlos y
seguir adelante.
Lo siguiente es saber muy bien quien y como tiene que resolverlos. Nuestros
problemas, y lo que discutimos en este comentario es uno de ellos, hay que
resolverlos desde la soberanía nacional y desde el socialismo. Y el
protagonista principal de las soluciones tiene que ser la Empresa Estatal
Socialista (incluyendo la PyME estatal y sus asociaciones), propiedad de todo
el pueblo, y nuestro sistema de
instituciones científicas, de salud y educacionales, que también son propiedad
de todo el pueblo.
Sobre esas bases, tendremos que construir mejor (y más rápido) un sistema
de financiamiento de la ciencia, la tecnología y la innovación que integre más
al sector empresarial, una estrategia de inserción internacional desde las
empresas, distribuida y dinámica, y una política de formación de los
empresarios del socialismo y de la tecnología avanzada.
También
tendremos que multiplicar la dinámica de creación de nuevas empresas estatales,
incluyendo más Empresas de Alta Tecnología, y más PyME estatales. Ellas son los
instrumentos del poder del pueblo en la economía.
Hay que continuar fortaleciendo las conexiones entre la ciencia, la
producción y los servicios. Conexiones que deben funcionar en ambas direcciones.
Necesitamos más científicos participando en la toma de decisiones en el sector
empresarial, pero también más empresarios y productores participando en la toma
de decisiones sobre las estrategias de la ciencia.
No hay espacio en este breve comentario para discutir procedimientos en
detalle (lo estamos haciendo en muchos y diversos escenarios), pero sí para
reforzar la idea de que hay que construir esos procedimientos e innovar también
en los propios procesos de integración entre la ciencia y la economía. Y para insistir en que la
velocidad a que hagamos las cosas es crítica.
El desarrollo económico implica producción industrial, y el socialismo
requiere desarrollo económico, pero no tenemos tiempo histórico para
reconstruir el camino de industrialización tradicional, en el que, además,
siempre estaríamos entre los rezagados. Hay que acceder directamente a la
economía basada en el conocimiento y a las tecnologías de la industrialización
avanzada (la llamada “cuarta revolución industrial”), y en un país de nuestras
dimensiones, eso significa también construir una economía insertada en la
economía mundial, por canales múltiples y distribuidos.
La construcción de conocimiento (eso es lo que hacen los científicos) es
esencial, pero también la conexión del conocimiento con los sistemas
productivos, y los científicos tenemos que asumir esa tarea también. No solo
como “asesores”, sino también como participantes e incluso como empresarios del
socialismo. De nuestro sistema de ciencia, tecnología e innovación tendrán que
emerger empresas nuevas. Nuestros científicos y nuestros empresarios tendrán
que crearlas juntos.
José Martí ya nos había dicho esto desde el siglo XIX: “La razón, si quiere guiar,
tiene que entrar en la caballería”
Agustín Lage Dávila
Centro de Inmunología Molecular